26.12.09

navidad

No es original decirlo, pero cuando traspasé la puerta blindada-dorada abandoné, durante un tiempo indefinido en términos existenciales, el frío calmo y confidente que se respiraba en Madrid. Dentro sufriría un calor infernal propio de la calefacción central de una comunidad adinerada a la que poco le importan las admoniciones del gobierno central en cuanto a ahorro de energía.

Lejos de ser confortable, ese calor era un enemigo que trastornaba mi percepción de las estaciones, como un jetlag que te obliga a dormir aún siendo de día. Tuve que pedir una camiseta de manga corta, y así comenzó el trastorno, la somnolencia y la transformación en fantasma. Mi vertiente más cercana a la versión moderna de la feminidad fue atacada con un “quítate los tacones que estropeas el parqué” y mi lado rebelde, si es que vale la pena nombrarlo, se quedó fuera, con el viento y la lluvia, por resignación. La pérdida de todas mis facetas de cara al público conllevó la pérdida del habla, a lo que La Familia, en petit comité de situación de emergencia, decidió que la mejor forma de comunicarse era disponiendo de respuestas presupuestas y preguntas previamente formuladas. Una sabia elección: qué mejor que jugar al Trivial para pasar la Nochebuena en Paz.

Y así es como acumulé una retahíla de datos innecesarios: tanto preguntas como respuestas, ya que de tanto jugar me terminé aprendiendo ambas, lo que provocó un cambio en las reglas del juego y la consiguiente disminución del abanico de preguntas. Pero no hubo Losantos ni comunismo ni cinismo ni sudacas ni platos sucios en la mesa. ¡Quién lo iba a decir! ¡Si hubiésemos descubierto antes este anestésico de pasiones ahora la familia estaría al completo! Únicamente comentarios colaterales a preguntas provocadoras como “¿Qué etnia asiática penetró en la península ibérica durante el siglo V?” exigían una rápida intervención de mi tía: “¿Los alanos? Sí, ¡pues ahora bien que la están reconquistando!”.

Pero yo era transparente y, recordemos, no tenía habla, así que poco podía hacer más que aprender que la estructura molecular de la morfina es C17H19NO3, que Joan Laporta presidió la plataforma Elefant Blau, que la capital Moroni es de las Comores o que karaoke significa en japonés “orquesta vacía”. Y, de acuerdo con el imaginario popular, estos datos otorgarán a mi mente una inteligencia y unos mapas conceptuales que, si no salvarán al mundo de una crisis o un cataplasma nuclear, al menos me mantendrán alejada de la cola del paro. ¡Trivial Pursuit debería regalar Zapatero en los colegios y no portátiles!

Luego, a la noche, mi somnolencia de teatro me delató y fui incapaz de acostarme a una hora que se acercara a la de las demás actrices. Y no fue precisamente la programación nocturna lo que me mantenía en pie, sino el más radical aburrimiento: juro que hubiera podido contar las 625 líneas de la televisión si no fuera porque ahora la novísima TDT es, como indica su nombre, digital y no analógica. Me conformé, ya que recientemente prometí no abstraerme en los concursos-estafa de las madrugadas, con un vaquero Contesti cabalgando un lago de hielo, con los saltos temerosos de un jovenzuelo español y con la caída del ganador francés Brian Joubert. Sorprendentemente me gustó, y tuve una excusa para seguir los juegos olímpicos de Vancouver de 2010. El patinaje sobre hielo masculino te otorga, si no una vasta cultura, al menos el regocijo de observar esos cuerpos esculpidos a base de caídas dando ritmo a tus horas muertas.

Gracias a los deportes de invierno.

Viva el frío.

13.12.09

A la atención de la lector/a: esto es un experimento. No se sienta atemorizado/a por los (demasiado grandes para mi gusto peroquélevamosahacer) reproductores que fragmentan el texto. El modo de uso es fácil: según vaya leyendo y se encuentre con uno, actívelo y siga leyendo. Espero que sea de su agrado.
.
.
.

Llevaba un cuchillo. El asfalto pedregoso y las luces de neón de los locales de prostitución -las únicas fuentes de luz- formaban un claroscuro que resaltaba el reflejo del filo. Lo había visto brillar frente a mi, clavando en mis pupilas la luz roja de las calles, inventando un exclusivo infierno como un carnicero que hace música con la cortadora de carne. Ahora me perseguía. Si le daba la espalda emitía agudísimos sonidos: berridos que en mi tímpano convertían los segundos en horas . Yo gritaba con los oídos taponados por aquel irrisorio canto de la muerte, pero no me podía oír. A veces alargaba el brazo y la punta rascaba la piedra de las paredes. Entonces podía ver la cara de horror de la gente que escapaba al ver saltar las piedrecitas como pavesas.

Pero yo no huía. Eso era algo entre él y yo. Hacía tiempo que no temía a los objetos afilados. Yo (yo mi me conmigo) era la protagonista de Un chien andalou. Mi reflejo me escandalizaba. Rojo, amarillo, negro, rojo, rojo, rojo. Aligeraba el paso y mis ojos suplicaban como un grito sordo de Tom Waits : quiero sentir.

Me paré en una de esas oscuras esquinas hechas para violadores y atracadoras. En unos segundos apareció de nuevo frente a mí. Brillante, afilado, dentro. Más adentro. El cuchillo se clavaba como lo hace el tenedor del chef para comprobar que la carne está hecha. Despacio. Yo (yomimeconmigo) sólo era carne. La sangre corría por mi barriga, empapaba mi ropa y me manchaba las manos. Más adentro. Yo, reflejo isomorfo en el filo; yo, portadora del cuchillo, había tomado mi primera decisión carente de egoísmo. Sin relativismos.