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O renovar o enginyar.
Los coches aparcados frente a la vía
parecen fieras desafiantes
desde el tranvía.
Los tacones hacían parecer a su paso algo firme. Pero mucho más allá del sonido, sólo un poco más arriba del suelo, Julia guardaba su mp3 en el bolsillo interno de la chaqueta mientras se acercaba a la parada del tranvía. No es que temiera a los gitanos que solían rondar por ese barrio; era por seguridad.
En el banco de la parada había un chico sentado. Tenía las manos apoyadas al lado de sus muslos, como si fuera a darse impulso de un momento a otro y saltar hacia una nueva empresa de maleante andante. El chico miró a Julia y Julia tuvo la idea de sentarse, ella y su paso firme, encima de él y comprobar la calidad de reacción del chico. Pero se abstuvo y, finalmente, se sentó al lado.
El banco se meneaba debido al nervioso tiriteo de las piernas del chico. El ruidoso ambiente al que Julia se había acostumbrado para leer se turbaba por los constantes escupitajos que él mandaba al suelo. Julia no lo soportaba. Debía leer las “60 respuestas a las 60 preguntas de los escritores noveles” para, entre otras, no llegar a casa y escribir mierdas como esta. Quería tener imaginación y una morbosidad (que no curiosidad) limitada. Realmente, rebuscar en el correo de su novio algún indicio de aventura de cualquier índole y que no fuera por ella, sino por su creatividad, evidenciaba muchas cosas.
La primera cuestión –y la más evidente– sobre la donación de óvulos es la del cómo. Se necesitarían muchas letras sobre fondo rosa para explicar el proceso que ha de pasar una mujer para llegar a ser la perfecta máquinasolidaria que anuncian en dicha publicidad. Ya que en el ciclo fértil de una mujer el número de óvulos es limitado, la máquinasolidaria en cuestión debe administrarse hormonas durante tres semanas para que luego le extraigan, previamente sedada, sus folículos –creados, dicho sea de paso, a la manera del foie. Vaya, es mucho más rápido y claro imaginarse la escena hombre vs. recipiente que a una mujer asistiendo secuencialmente a ecografías, analíticas y pruebas que anteceden a la donación en sí mediante punción folicular (¡uy!, qué nombre tan poco publicitario).
El proceso mantendría ocupada a la máquinasolidaria unos veinte días entre el tratamiento de estimulación ovárica, extracción y control hormonal posterior, mientras que para el hombre el tiempo se cuantifica, como mucho, en horas. Parece que el "comparte felicidad, comparte solidaridad" no hace mucho por descifrar esa falsa igualdad que quieren atribuir a la donación de gametos sexuales en hombres y mujeres. Por no hablar del estado anímico que produce una saturación de estrógenos o del riesgo de hemorragias, infecciones e incluso perforaciones a los que se somete la donante. Es más, la solidaria mujer que se dispusiera a compartir su felicidad podría, en un caso remoto pero posible, morir. Según la revista Science, "entre un 0,3 a un 10% de las mujeres a las que se induce la hiperproducción de óvulos experimentan un grave síndrome de hiperestimulación ovárica que produce dolor, que a veces exige hospitalización, fallo renal, posible infertilidad futura, e incluso la muerte".
Pero no nos pongamos apocalípticas todavía o el café nos sentará mal. Las dóciles consignas no tienen la culpa, seguramente la empresa valenciana Crea (Centro Médico de Reproducción Asistida) no habrá hecho ningún estudio de mercado (¿estudios de mercado? ¡Pero si hablamos de solidaridad!) para determinar que el público potencial al que debe dirigir su nada demagógica publicidad son chicas jóvenes entre los diecisiete y los veinte y pocos años, preferentemente universitarias y/o en paro. Y si lo ha hecho, todo sea por la felicidad. Porque se trata de eso: nada tiene que ver la compensación económica que reciben las donantes por los desplazamientos, que puede llegar a los 2.000 € (cifra irrisoria si tenemos en cuenta los riesgos que corren con el tratamiento). Tampoco tiene nada que ver en esto de publicitar la donación de gametos los más de 6.000 € que cobran las clínicas privadas -que llegan a hacer hasta el 90 % de los tratamientos- por la fecundación in vitro de los óvulos donados. No íbamos desencaminadas al pensar que de lo que se trata aquí es de felicidad. Sobre todo de la de empresa, que bien podría cobrar precios más adecuados para extender la dicha a todos los vecinos. Pero claro, Crea no va a crear vida gratis.
Con esas suculentas cifras, no resulta tan descabellado pensar que se creen mercados que incluso sobrepasen nuestras fronteras. ¿Por qué no van a ser mercancías los gametos si son perfectamente divisibles y transferibles? ¿Y por qué no se va a crear un mercado de óvulos en España con el vacío legal que hay en este tema? Sí, ya sé lo que dirán, que si la Ley sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida estipula que “la donación nunca tendrá carácter lucrativo o comercial”, que si la Ley de Reproducción Asistida dice que “la donación se establecerá mediante contrato gratuito”... Pero la realidad, la que debería saberse en las cafeterías y paradas de autobuses, es que las europeas vienen a España a fecundarse porque en sus países está prohibida la donación de óvulos debido a los riesgos para las donantes. La realidad, la que deberían saber todas las mujeres que se someten al tratamiento, es que las clínicas privadas se hacen de oro a costa de la flácida legislación española y de una publicidad superflua, tergiversada e incluso engañosa. ("Este tratamiento no tiene ningún efecto perjudicial para tu salud").
Pero comerciar con la felicidad no es algo nuevo. Hace unos nueve años se descubrió que en Rumanía se venía desarrollando un mercado de óvulos que se fecundaban en el país de origen de las donantes con semen enviado desde clínicas inglesas. Una vez fecundado, el óvulo se iba de viaje hacia algún vientre de Gran Bretaña. Las donantes rumanas cobraban 250 € por sus genes de raza aria. Si no hemos pensado mal de antemano con la publicidad, no lo haremos con el tema de la deslocalización de óvulos. La achacaré a una razón asumida hoy en día sin ser criticada como es la existencia de materia prima barata en Rumanía. No diré que la selección de genes con los que construir a tu hija/o –es decir, los llamados “hijos a la carta”– puede provocar una jerarquía piramidal de la dignidad humana, en cuya cúspide estarían las blancas rubias con ojos azules. No seamos tan malas. Pero vamos, que de ahí a la mercantilización de la reproducción humana hay una línea muy fina.
Tratar a un musulmán como a un perro es lo más humillante que se le puede hacer. El perro es considerado un animal impuro: si su saliva toca alguna parte del cuerpo deben lavarse rápidamente; si hay un perro cerca no pueden rezar; si el animal come de un recipiente, éste debe ser lavado 7 veces para eliminar las impurezas, etc. Se rechaza a los perros incluso como animal de compañía, porque donde hay un perro no hay ángeles. El miedo que siente ese hombre podría ser comparable al que los occidentales sentimos con la muerte.
NIÑOS DE BAIYI
Niños de Baiyi
En el norte de Irak.
Fuentes oficiales en Tikrit informaron
Que tropas estadounidenses detuvieron a cinco niños
Sospechosos de actos terroristas.
Niños de Baiyi,
en el norte de Iraq.
OBEDIENCIA
El periodista Burhan Fasa
vio soldados desesperados
en Faluya
que entraban a las casas
y mataban a la gente
porque no obedecía sus órdenes
el periodista aseguró
que
simplemente
no comprendían
ni una sola palabra en inglés
MANUAL DE INSTRUCCIONES
El general de División Abed Hamed Mowhoush murió asfixiado
Mientras lo interrogaban.
Framk Spinner lo niega:
“Sufría de arritmiacardiaca
y no aguantó el estrés del interrogatorio”.
El suboficial mayor Lewis Welshofer Jr. está acusado de su asesinato.
La fiscalía dice que Mowhoush fue maniatado, introducido en un saco de dormir y que murió con el oficial sentado encima de él.
También se usó cable eléctrico, pero no se especifica cómo.
Selección del poemario disponible en http://www.rebelion.org/docs/68710.pdf
Por cierto, en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) hay hasta el 6 de julio una exposición de Fernando Botero sobre Abu Grhaib. Muy ilustrativa, muy dura.
Peló una manzana, partió unos trozos de queso y se sentó en la incómoda silla de madera. Comía compulsivamente para evitar tragarse la lana que se agolpaba a la entrada de sus labios (las ovejas se auto-esquilaban cuando se aburrían y lo dejaban todo perdido).
Espacio. Intentaba recuperar espacio abríendo los ojos más y más, pero sólo era capaz de ver lana amontonada hasta las esquinas superiores de la habitación. Algunas bolas, borrachas de leche que había ordeñado por la mañana, se pegaban a la pared como si fueran papel de decoración. Entonces todo se empañaba de un blanco sucio.
En ese lugar se asfixiaba.
Sin embargo, no podía irse. He llegado aquí por algo –agarraba un trozo de queso frunciendo el ceño. ¡No me iré hasta que sepa, al menos, lo que busco! Imaginaba sus descuidadas manos rompiendo de un puñetazo la mesa de anticuario sobre la que se apoyaba, pero lo cierto es que ni apartaba la vista del punto más oscuro de la casa. Sólo subía la mirada para volar por las escaleras y verse tirada en la cama, surcando las sábanas con un regalo no cristiano entre sus piernas.
No quería más comida. Cuidando de que las tablas de madera no crujieran con sus pasos, salió fuera de la casa. En realidad no le gustaba llamar “casa” a ese habitáculo con tejado y buhardilla. De hecho, una de las principales partes de una casa -el baño- se encontraba aislada de todo ese cúmulo de madera vieja. Puesto que la granja, el almacén y la ladera de la montaña también habían pasado a formar parte de su vida cotidiana, podía ampliar el concepto de “casa” a todas esas cuatro hectáreas de terreno.
Así que ahí estaba. Escapando de todos los desechos que produce la urbe y, al mismo tiempo, amándolos. Lamiendo las cortezas de los árboles y creyendo que, después, podría escribir sobre ellas. No sé cuál es mi lugar ni dónde buscarlo –lo repetía tan a menudo que las palabras salían de su boca como una oración en busca de un pedestal en el que sellarse con pan de oro.
Se sentó en las hojas secas de otoño –lo único que atisbaba- e intentó descifrar la oscuridad que le rodeaba. Fue deslizándose cada vez más hasta tumbarse sobre la tierra y, finalmente, se durmió.
“Con luz será otro día”, se pudo leer a la mañana siguiente sobre las hojas quebradas que habían sido su almohada.