21.4.09

Enjuto también se enfadaría

La respuesta al nombramiento de Ángeles González Sinde, declarada defensora de los "derechos de autor" y crimilanzadora del ADSL, como Ministra de Cultura no ha tardado. Colectivos de internautas, abogados, empresarias, adolescentes, trabajadoras y, en definitiva, ciudadanas, ha elaborado una amplia carta dirigida a la Ministra con el objetivo de evitar lo que ya se huele: un cierre a cal y canto de las redes P2P, aunque en Francia esta medida haya estado rechazada. Algunos fragmentos:
Internet como lo conocemos ahora puede dejar de existir para pasar a ser una especie de canal privado de televisión al estilo de tele5 o antena 3, donde sólo grandes multinacionales pueden ser “vistas” y ofrecer su Web.
¿Porqué demonizan la copia cuando es la materia de la que está hecho el aprendizaje?
Toda creación cultural, toda ampliación del conocimiento se basa en esta tradición recibida, de manera que ninguna creación es completamente original ni sería posible sin la existencia de este patrimonio colectivo.

“Lo digital” es la materia de lo que está hecha nuestra memoria contemporánea.

En España tenemos un caso flagrante de una institución privada que consiguió imponer su forma de entender a la sociedad. Se llamaba Inquisición y consiguió imponer sus intereses durante siglos a costa de quema de libros, prohibición de la ciencia y condena a muerte de miles de personas. También consiguió retrasar unos cuantos siglos la evolución cultural y tecnológica de Occidente.


La carta finaliza con un decálogo que se le propone a la recién nombrada ministra. Os dejo con el primer punto:
1. Considerar cualquier recorte a las redes de intercambio de archivos (redes P2P) como un acto de oscurantismo y un atentado contra los derechos democráticos fundamentales garantizados por nuestra constitución y por innumerables tratados internacionales que el Estado Español ha ratificado. Nuestros derechos al conocimiento, al aprendizaje, al acceso a la cultura y a la libertad de expresión se verían gravemente socavados si se limitaran las herramientas de las que dispone actualmente la sociedad.

20.4.09



Provocas en mí una alternancia de luces.
Como si unas veces brillara y otras
me consumiera
negra,
como una bombilla fundida.


Ayúdame a subir las persianas
antes
de alejarte del interruptor.

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Foto: Ana VB

10.4.09

Cheap and cheerful




un año.

7.4.09

Los primeros caballeros



A Joachim Saber, esposo de la canciller Angela Merkel y primer caballero de Alemania, parece no haberle sentado muy bien la comparación que The Guardian hacía entre él y su homólogo argentino Néstor Kirchner. El moderno estilo de Saber, que se presentó a la cumbre del G20 con un modelo sport de Voux&Co –prestigiosa marca estadounidense–, no pareció deslumbrar en la recepción del evento. “Saber parecía el recogepelotas de un partido de tenis al lado de Kirchner, que portaba elegantemente un traje de corte clásico muy adecuado para la ocasión”, tildaba el diario inglés.

Por suerte o por desgracia, las críticas nunca se han dado. Tampoco se hubiera publicado algo parecido si Saber y Kircher hubieran asistido a la cumbre del G-20 acompañando a sus esposas, Angela Merkel y Cristina Fernández, respectivamente. Ni su ausencia ha sido motivo noticiable. Sí lo ha sido, en cambio, la ausencia de Sonsoles Espinosa, compañera de José Luis Rodríguez Zapatero, quien decidió no asistir a la llamada “cumbre de las primeras damas”; cuyo objetivo viene a ser, básicamente, el de reunir a las mujeres de los jefes de Gobierno para proporcionar abundante, trascendente y necesaria información sobre su estilista, peinado, diseñador de traje, colores, joyas, gestos y belleza de las candidatas a copar tanto portadas de prensa rosa como de diarios generalistas.


Las “primeras damas” son comparadas entre ellas y juzgadas por su vestimenta. Sonsoles Espinosa ha sido apodada como “la nueva Carla Bruni” incluso antes de que asistiera a la cumbre, por lo que no me extraña que haya declinado la invitación para ser una de las figuritas que adornan el pastel que se reparten sus respectivos en otra sala. La mujer de Zapatero, aunque muchos editores de periódicos no lo crean, tiene vida propia: es soprano y está preparando su papel en una representación en el teatro Chatelet de París. Ni milita en el PSOE. ¿Por qué debería ir a un acto político para el que no se la ha votado como representante? ¿Para adornar el pastel?

Ya basta de considerar a las mujeres, incluso a las que ostentan un cargo político, meras perchas de atuendos que supuestamente las definen. El asunto, si profundizamos en él, es serio. No se habla de los trajes de los hombres porque es demasiado violento relegarles a lo que expresa el color de sus corbatas. Más aún mientras sus mujeres deciden “qué hacer con el mundo", como ocurre en el caso de Saber y Kirchner. Los medios de información han hecho un acuerdo tácito: el hombre público ha de dedicarse expresamente a los asuntos serios; de la mujer pública, sin embargo, se puede especular sobre su vestido o su peinado, como si su imagen dependiera de cómo camina y no de lo que dice o las políticas que implementa. Menos mal que hay dos primeros caballeros de Alemania y Argentina para hacer patente el machismo que todavía impera en la política. Del tipo de política (digo, economía) de la que se hace gala, mejor ni hablamos.

5.4.09

Quizá fuera por esa ola de hippismo revolucionario que expandía por la habitación la música de Manu Chao. O puede que, precisamente debido a que no hubiera nadie en casa, los vacíos se podían llenar de música y alocadas ideas. Qué narices, hoy había ido mucho más rápido que otros días, quizá incluso más de lo que se podía permitir con ese viejo Ford.

El caso es que vislumbró un viaje rodeado de toda suerte de artilugios que faciliciban su dinánima de planificación anarquista y tenían en común, casualidad, un mismo color: una tienda de campaña roja, sus mofletes rojos de tanto mordisco, el sol rojo vespertino. Se vio durmiendo dentro de la tienda, pero esta vez sin necesidad de amontonar edredones y esterillas prestadas, ya que la arena fina servía de colchón a sus atípicas noches a ras de mar. Las duchas eran, si cabe, el elemento más carismático de todo el conjunto: debían ganarse la confianza de toda la gente que esperaba sobre esas tablas de madera para, un vez utilizaran el champú y el gel tal y como hacían en sus casas, no se escandalizaran. No se preocupaban por la confianza de la gente del bar cuyo baño les servía para acicalarse por la mañana, ya que, pensaban, para eso pagamos el desyuno.

Pensó en recorrer la costa mediterránea haciendo autostop y pernoctando en las playas. Quizá fuera por los tonos de música revolucionaria, pero sólo quería que él lo entendiera enseguida, que leyera su mente, que le dijera: sí, o que discutiera los elementos más banales de su planificación anarquista, como qué libros llevar o si sería conveniente coger un saco sabiendo que por las mañanas iban a despertarse con un baño en el mar. Quería compartir con él lo que no podría compartir con ninguna otra persona: libertad.