28.1.11
again
24.1.11
21.1.11
Friends
Pienso sangre amor herida
finitud trascendencia unión pero
sólo digo café mierda vamos
guay no mola
la obsolescencia
programada;
luego escribo
mal, porque la belleza razonada
es paradójica,
escribo futuro
viviré, buscaré un hogar.
Pero cómo.
Imposible separar ya
los tres estadios,
imposible desligar
vuestros retratos
de toda canción.
17.1.11
Y un buen día
(aspiración): ah
Sólo estáis tú y tus maletas. Detrás, la estación de tren. Respiras el frío de verdad. Alzas la vista sobrepasando raíles, bicis, bufandas, el idioma extraño pero reconocible, el olor a canales: qué bonitas fachadas. Forman un todo indisoluble que refresca tu memoria. Amsterdam. No sé lo que hago aquí. Tampoco sé lo que haría allí. Parada en el medio del bullicio, encierro el instante unos minutos. Me espera un CS en el mejor barrio de la ciudad. Anne y Joris esperan a mañana. Yo espero a pasado. Amsterdam, Amsterdam. Vagué tanto por tus empedrados, deseé tanto ser tu nieve, que te imagino fría e impasible, te imagino aséptica y liberadora. Te imagino, Amsterdam querida, de paso: Mamá me espera al otro lado del océano. Y esta vez va en serio.
16.1.11
Gioconda Belli
Claro que no somos una pompa fúnebre,
a pesar de todas las lágrimas tragadas
estamos con la alegría de construir lo nuevo
y gozamos del día, de la noche
y hasta del cansancio
y recogemos risa en el viento alto.
Usamos el derecho a la alegría,
a encontrar el amor
en la tierra lejana
y sentirnos dichosos
por haber hallado compañero
y compartir el pan, el dolor y la cama.
Aunque nacimos para ser felices
nos vemos rodeados de tristeza y vainas,
de muertes y escondites forzados.
Huyendo como prófugos
vemos cómo nos nacen arrugas en la frente
y nos volvemos serios,
pero siempre por siempre
nos persigue la risa
amarrada también a los talones
y sabemos tirarnos una buena carcajada
y ser felices en la noche más honda y más cerrada
porque estamos construidos de una gran esperanza,
de un gran optimismo que nos lleva alcanzados
y andamos la victoria colgándonos del cuello,
sonando su cencerro cada vez más sonoro
y sabemos que nada puede pasar que nos detenga
porque somos semillas
y habitación de una sonrisa íntima
que explotará
ya pronto
en las caras
de todos.
14.1.11
Generación Ryanair
Ofertas. Por todas partes. Encontraré, nos decimos siempre, la mejor opción. La más barata. Es cuestión de experiencia saber hacerlo, aunque los anuncios de Google todavía nos engañen con eso de ¡Ámsterdam-Valencia desde 20 €! Todavía, después de tanto rastreo evitando los buscadores, después de todas esas combinaciones imposibles para rebajar el precio final. Horas intempestivas, aeropuertos secundarios o noches durmiendo bajo stands cerrados son varias de las rutinas de los viajeros low-cost.
No nos importan estos sacrificios. Somos jóvenes. Pensamos que toda experiencia aporta sabiduría. Nos encanta viajar, ir de fiesta y percibir las diferencias culturales de los países europeos. Por nimias que sean en comparación a las que pueda haber con Asia o África, con diferencias culturales no nos referimos a que el menú del McDonalds cambie unas patatas por unos aros de cebolla en sus distintas versiones europeas. No nos gusta el McDonals.
Nos consideramos, de alguna manera, alternativos. Eso de viajar “de pulserita” no va con nosotros. Consideramos a Ryanair, pese a que nos time, engañe e insulte, nuestra empresa-amiga. Y siempre acudimos a ella cuando queremos viajar. Aunque no sepamos a dónde: siempre hay alguna buena oferta que te lleva lejos.
También sabemos que Ryanair sobrecarga a los pilotos, que es una empresa rapiña con el cliente y que contamina el aire el triple que una aerolínea normal, pero la seguimos utilizando. Nos seguimos considerando alternativos. Somos la Generación Ryanair: el cinismo de nuestra era, que reniega del sistema pero sin embargo utiliza las herramientas que una liberación despiadada ha hecho posible, está fielmente reflejado en este comportamiento. Queremos ir lejos, queremos escapar incluso de la cuna que no conocemos. Somos los románticos del S. XXI, burguesitos que se abstraen de los problemas de su generación gracias a su condición de burgueses. Todas esas caras de ambigüedad en la cola de la puerta de embarque son nuestro motor. El viaje es un punto de transición neutro entre lo que dejas y lo que buscas. Donde se crean las expectativas, donde ya no hay retorno. Queremos estar siempre de viaje. Somos la Generación Ryanair.
7.1.11
El Chacal
Decía que me gusta esta escena porque es una excepción al pragmatismo que se repite en cada capítulo. Acaban de recibir una buena noticia y CJ va a hacer "The Jackal". Tú no sabes lo que es The Jackal pero todos están expectantes. Sigues sin saberlo pero ellos le dan una importancia supina. Leo le dice a su secretaria: ahora no, CJ va a empezar The Jackal y no me lo quiero perder. Sam avisa: ¡El Chacal va a comenzar! Todos se dirigen hacia allí. Una vez empieza, y tú ya sabes lo que és, dices: pues bueno, no es pa' tanto. Pero ellos lo adoran: el acto de reunirse y centrar su atención en algo de la casa. "¿Estás hablando conmigo durante El Chacal? No hables conmigo durante El Chacal", le dice Toby a Josh. Y Josh sigue el ritmo con la cabeza. Y de esta forma, comprendiendo que en ese código estricto profesional y dentro de ese microcosmos que forma la Casa Blanca, les cabe un poquito de fiel diversión, es como a ti también te empieza a gustar. Y te gusta CJ, y te gustaría estar ahí en ese mismo momento, moviendo la cabeza como Josh. Y les adoras.
4.1.11
Ya es tarde para no haber comido langostinos
Era una tarde tonta y caliente, de esas que te quema el sol la frente, pero no era verano y tampoco hacía sol. Una salsa de langostinos hecha cinco días antes -de hecho, hecha el año pasado, por seguir la broma fácil- clamaba al cielo desde mi estómago. Intentaba regurgitar. Me llevé una gran desilusión al ver que no podía llevarme a casa un libro sobre dramas televisivos americanos. Ya había visto la primera temporada de El Ala Oeste de al Casa Blanca y urgía en deseos de ver la segunda, lo cual no era muy buena idea teniendo en cuenta que tanto trabajos como exámenes arañaban su ausencia en mi agenda y el tiempo empezaba a estrangularme (qué poético, pero recordad los langostinos). Ese libro era mi única posibilidad de encauzar el trabajo sobre la serie de alguna manera medianamente lógica alejada de la tentación de enumerar frases lapidarias de Toby Ziegler (“Ahora el mundo se mueve cambiando unas palabras”).
Mi resumen-recensióncrítica-copypaste sobre The West Wing debía estar terminado esa misma noche. Así me lo impuse. A lo Trichet (Vaya, otra broma fácil, perdonad: ha debido de ser la Nochevieja). La solución estaba por fotocopiar el capítulo, como cuando era joven y superaba el cupo de libros permitidos para préstamo. Desde que descubrí Google Books y me resigné a obviar ciertas páginas porque seguro que no pone nada interesante, esos tiempos ya pasaron. Además, ahora tiendo a comprarme los libros. En mi defensa también diré que llevaba uno llamado (es necesario poner el nombre y pronto sabréis por qué) The Nature of Origins of Mass Opinion (ya sabéis por qué). Pero los capítulos eran largos, requerían muchas fotocopias y el hecho de que estuviera en inglés hacía que temiera a la españolita que llevo dentro.
Me dirijo a la fotocopiadora mientras alcanzo el monedero en mi bolsillo. La fotocopiadora no abre porque está demasiado pegada a la pared. No me apetece moverla. Recordad los langostinos. Descubro que la de al lado se comporta mucho mejor conmigo y que yo estoy a favor de la meritocracia en cuanto a aparatos se refiere. Solucionado esto, me doy cuenta de que no tengo calderilla, sólo una moneda de un euro. Estoy tentada de contar las páginas que he de fotocopiar, pero resuelvo que seguro que valen menos de un euro y, por tanto, necesito cambio. Alzo la vista.
La vista alzada caza a dos personas que esperan al ascensor. La vista guía a las piernas y se imagina a la boca moverse:
- Perdonad, ¿tenéis cambio de un euro?
Cara alargada, ojos verdes, piel insípida; se daba un aire al creador de Facebook, cuyas pecas podemos contar gracias a la revista Time. Me hubiera gustado más ver en esa portada a Julian Assange con su pelo blanco al estilo miabuela, pero en fin.
Su acompañante tenía el pelo largo, vestía como alguien que estudia Derecho y miraba como alguien que estudia Económicas. Hizo un ademán con el bolso pero ni siquiera lo abrió. Me planteé ampliar mi sistema de selección de fotocopiadoras a las personas y por un momento me satisfizo. Me centré en mini Zuckerberg.
Insípido sin pecas (contando monedas): um... tengo ochenta céntimos. Si te sirve...
Langostinospresentes (abro los ojos: pues qué morro, vaya, y te quedas veinte céntimos, con veinte céntimos hago cuatro fotocopias, joder, si hubiera contado las páginas podría saber si me conviene perder veinte por no perder cuarenta, ummm... pues no te voy a contestar a eso, creo que está claro, vamos, que si no tienes pues nada...).
Insípido sin pecas (ante la atenta mirada de su compañera y mi silencio): bueno, o mira, da igual, ¿cuánto necesitas? Te doy lo que necesites y ya está, no me importa...
Langostinospresentes (apresurada): bueno, hombre, pues... no, claro, para eso te lo doy yo, que ya que me haces el favor... jeje, encima me das dinero, pues bueno, venga toma el euro y ya está, así mejor, venga, ¡gracias! (La atenta mirada se posa sobre mí: definitivamente estudia Económicas y, claramente, piensa que soy gilipollas).
Me dirigí a la fotocopiadora de nuevo, tomando consciencia de que llevaba dos libros bajo el brazo y de que el pasillo estaba lleno de gente. Pieles insípidas a las que preguntar si tenían dos monedas de cincuenta céntimos. Pero ya era tarde, a veces no es tarde por condición temporal sino anímica: hagamos, vista, langostinos, professor Zoller; hagamos entre todos un pacto para no girarnos y sentir la risa ajena como bofetadas en nuestra dignidad. Somos gilipollas, y el plural inclusivo nos ayuda a asimilarlo. Bien. Ahora, centrémonos en la máquina.
Eché treinta céntimos que obviamente no fueron suficientes para terminar de fotocopiar el capítulo requerido y terminé fotocopiando algunas páginas en inglés de Zoller para terminar los cuarenta céntimos de más; páginas que posiblemente servirán de papel regalo reciclado. Qué dramático es todo. Pero, ah, recuerden los langostinos. A veces es tarde incluso para comenzar un trabajo.