Dante en "Martín (Hache)", de Adolfo Aristarain.
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Todo empezó con el eco. Un sólo chasquido de dedos llenaba todos los rincones de la habitación, por no hablar de mi voz. El sonido estéreo metalizado y amplificado me hacía sentir que definitivamente poseía el cuarto. A veces no éramos nada, humo dentro de las cuatro paredes; y otras, representábamos lo más lujoso que había existido nunca: entre tanto desorden, nuestra piel era extremadamente fina, y tocarla era hundir el dedo en una caja de sorpresas repleta de sensaciones que, seguro, ni siquiera tú sabías que existían. Puede que no te dieras cuenta, pero estuve aproximadamente una hora jugando con tus texturas: la barba incipiente, la piel del cuello -tan fina y elástica- los labios húmedos y suaves, tu nariz esponjosa. Eras un objeto para mí; y lo más real que había tocado nunca.
Luego, cuando me penetrabas, hablar de sinestesia no abarcaría ni la mitad de cosas que experimentaba mi cerebro. Hay que follarse a las mentes. Las imágenes venían como nubes en días de lluvia: eran irremediables, y excitantemente determinantes de todo lo que me transmitía el calor. Una pradera, hojas de hierba: yo canto al cuerpo eléctrico y huelo frescura en toda la condensación que respiramos. El eco está en mi cabeza, ahora lo veo claro. Yo no poseo la habitación, ni tu cuerpo, ni siquiera esa tímida caricia en tu espalda. Nada es mío. Pero puedo repetirlo cuantas veces quiera. “Reproductibilidad”: la capacidad para reproducir: re-producir (volver a crear). Imagina todas esas ventajas de la reproducción técnica multiplicadas por mil. Imagina que puedes congelar lo que sientes dentro de mí, los saltos en la hierba prohibida de aquel château, y luego dibujar esa frescura en una libreta, y en mi cara, y en mi pecho, y luego fotografiarlo. Te digo que Benjamin subestimó nuestra capacidad. Fóllate a mi mente y lo comprobarás.
Foto: Marc D.A.
Luego, cuando me penetrabas, hablar de sinestesia no abarcaría ni la mitad de cosas que experimentaba mi cerebro. Hay que follarse a las mentes. Las imágenes venían como nubes en días de lluvia: eran irremediables, y excitantemente determinantes de todo lo que me transmitía el calor. Una pradera, hojas de hierba: yo canto al cuerpo eléctrico y huelo frescura en toda la condensación que respiramos. El eco está en mi cabeza, ahora lo veo claro. Yo no poseo la habitación, ni tu cuerpo, ni siquiera esa tímida caricia en tu espalda. Nada es mío. Pero puedo repetirlo cuantas veces quiera. “Reproductibilidad”: la capacidad para reproducir: re-producir (volver a crear). Imagina todas esas ventajas de la reproducción técnica multiplicadas por mil. Imagina que puedes congelar lo que sientes dentro de mí, los saltos en la hierba prohibida de aquel château, y luego dibujar esa frescura en una libreta, y en mi cara, y en mi pecho, y luego fotografiarlo. Te digo que Benjamin subestimó nuestra capacidad. Fóllate a mi mente y lo comprobarás.
Foto: Marc D.A.