Las medidas del Gobierno son extremadamente bienvenidas,
necesarias, y muestran determinación.
Van en la dirección correcta.
Joaquín Almunia. Comisario europeo de asuntos económicos.
Debemos estar agradecidas por el nuevo paquete de medidas que ZP anunció de soslayo en una sesión de control del gobierno, con dos minutos para hablar y sin posibilidad de que prensa y partidos políticos respondieran debidamente. Da la impresión de que él mismo se avergüenza de la noticia porque, efectivamente, anula cualquier promesa que haya hecho durante sus dos legislaturas y da la razón de una manera patética al PP.
Qué agradecidos debemos estar de que ZP se haya llevado por delante la ayuda al paro, así todas esas vagas y vagos que rechazaban trabajos por tener las espaldas cubiertas con 400 € se tendrán que poner las pilas. Porque trabajo hay, claro, y si no trabajan es porque no quieren, no porque sean, por ejemplo, personas que, tras ceder su fuerza de trabajo durante toda su vida a una internacional afincada en España, se hayan ido a la calle con un “Plan de Reestructuración” (de despidos masivos baratos) facilitado por el mismo Gobierno que ahora les niega las ayudas que palían el hecho de que ninguna empresa quiera dar trabajo a personas mayores y sin formación. Bueno, y en el supuesto de que eso ocurriera, ¿qué? Es obvio que evitar que la gente se muera de hambre es mucho menos importante que bajar los impuestos a las empresas para que ese neo-Gran Hermano llamado “los mercados” se sienta bendecido.
Se trata de sacar de un sitio lo que se deja de tener por otro. Se amplía el impuesto mínimo a más empresas, y esa falta de ingresos se arregla dinamitando el sector público y las ayudas, que no reportan beneficio inmediato. Los mercados, a diferencia de las prestaciones públicas, demuestran ser mucho más agradecidos a corto plazo. Ayer, nada más anunciar las medidas sangrantes, respondieron vía Ibex35 con su segundo mejor día del año, es decir, con gráficas a la alza y numeritos que hay que creer hoy pero que cambiarán mañana.
De lo cual se pueden extraer dos conclusiones, que posiblemente ya sabíamos de antemano, pero que se vuelven a confirmar:
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La política económica se ha subyugado a los mercados: vivimos al día, pendientes de las manifestaciones arbitrarias -y al parecer deíficas- de las bolsas. Hay que contentar a los inversionistas diciéndoles “ey, mirad qué fuerte que está el Estado y cuánto dinero vamos a tener, venga, prestadnos, que no pasa nada, que el Fondo Europeo ni lo tocamos, que no es verdad que vayamos detrás de Portugal...”, aunque eso signifique implementar una política neoliberal y antisocial que va en contra de todo lo que ha predicado el gobierno hasta ahora.
Los mercados son crueles: su mejor día del año fue cuando vendimos dinero a Grecia con un interés sangrante como supuesto “rescate”; y su segundo mejor día es cuando se dan vía libre a las privatizaciones del sector público y se reducen las ayudas sociales. A este ente abstracto, colectivo y por tanto deshumanizado, pero que se personaliza para poder decir lo que le gusta o no (lo que los inversores piensan que les dará dinero), es a quien intentamos contentar.
Si hay que confiar en que suprimiendo las ayudas sociales, librando de impuestos a las empresas y cediendo sectores públicos al capital privado, no sólo vamos a reducir el déficit en febrero como dijo Salgado sino que también vamos a salir de la crisis y no a profundizar en ella, yo sólo me atrevo a decir una cosa: Amén.
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