Hace unos días hablaba con la persona que me recomendó El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. Ambos coincidimos en que, sin duda, es un libro ejemplar que hay que leerse. Pero mientras yo destacaba su crítica de género, él me decía que lo que más le atrajo fue la descripción de la soledad; que, aunque tomara al mexicano como paradigma, podía aplicarse a todo hijo de vecino. Es decir, cada uno se quedó con lo que más le gustaba. Y es que, aunque parezca que el tema de la soledad es central en este libro, ¡tacháaaaaaan!: incorrecto. El texto tiene muchas lecturas, ya que toma prestadas nociones filosóficas, políticas, éticas, lingüísticas, psicológicas, históricas, sociológicas, económicas, religiosas y, también, poéticas. ¿Quieres leer una obra multidisciplinar? Entonces lee a Octavio Paz y su laberinto de la soledad (*anuncio patrocinado por detergente El Macho).
* Detergente El Macho no se hace responsable de las acusaciones que se puedan hacer de sus anuncios, cree en la libertad de expresión y el relativismo y está harto de
las denuncias de esas guarras feministas que ni siquiera son clientes potenciales porque
ni se limpian ellas ni limpian la casa.
Como decía antes, me sorprendió (porque no esperaba encontrarlo en un libro que presuponía sólo como un ensayo de la historia de México), su crítica del rol de la mujer y el machismo, que analiza a través de elementos tanto sociológicos como lingüísticos: "(...) el ideal de la 'hombría' consiste en no 'rajarse' nunca. Los que se 'abren' son cobardes... Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su 'rajada', herida que jamás cicatriza".
Tengo entendido que se acusó a Paz de machista precisamente por reflejar en qué consistía el machismo. Grave error. Grave error pasar por alto que, al igual que las mentiras, de las que sólo somos conscientes cuando las conocemos, las injustias hay que revelarlas para poder combatirlas. Además, el escritor mexicano no se detiene en la descripción, sino que descuartiza todas las extremidades del machismo (esta metáfora es culpa de Déxter).
Pero lo que definitivamente me convenció de Paz es su revolucionaria visión feminista del tema: no sólo porque es un hombre el que alza la voz (que es de agradecer), sino porque también progresa en el mismo campo del(os) feminismo(s). Como veremos en los párrafos que he seleccionado, y sobre todo en las partes que me he tomado la libertad de destacar, la tesis de Paz sugiere que ciertos valores que se le presuponen a la mujer -tales como la dulzura, la bondad, la no-agresividad, etc.-, son precisamente los que hacen que se le considere un instrumento: la portadora del orden.
Una mujer cualquiera portando el orden
Sin saberlo, o a lo mejor conscientemente, quién sabe, Paz está tirando por la borda la principal idea del feminismo liberal nacido en la Revolución Francesa, ese que precisamente representaba a la mujer como un ser superior al hombre por ser más 'bueno'; discriminación positiva que a la larga alimenta la diferencia entre roles y que está perfectamente representada en la siguiente frase de Olympe de Gouges (a la que decapitaron por defender su Declación Universal de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana): “La belleza y la valentía hace superior a la mujer”.
(Nota: que cuestione el feminismo liberal no quiere decir que no aplauda ni reconozca sus logros: ¡No pierde una la cabeza todos los días por defender un texto feminista-revolucionario en el S. XVIII!).
Octavio Paz podría haber sido un feminista punk que defendía la supresión de géneros y roles sexuales. Hubiese sido cuestión de tiempo que se hiciera una cresta rosa.
Octavio Paz arrepintiéndose del color escogido
Y sin más dilación, su texto:
Sin duda en nuestra concepción del recato femenino interviene la vanidad masculina del señor -que hemos heredado de indios y españoles-. Como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le asignan la ley, la sociedad o la moral. Fines, hay que decirlo, sobre los que nunca se le ha pedido su consentimiento y en cuya realización participa sólo pasivamente, en tanto que 'depositaria' de ciertos valores. Prostituta, diosa, gran señora, amante, la mujer transmite o conserva, pero no crea, los valores y energías que le confían la naturaleza o la sociedad. En un mundo hecho a imagen de los hombres, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos. Pasiva, se convierte en diosa, amada, ser que encarna los elementos estables y antiguos del universo: la tierra, madre y virgen; activa, es siempre función, medio, canal. La feminidad nunca es un fin en sí mismo, como lo es la hombría.
(...). Para los mexicanos la mujer es un ser obscuro, secreto y pasivo. No se le atribuyen malos instintos: se pretende que ni siquiera los tiene. Mejor dicho, no son suyos sino de la especie; la mujer encarna la voluntad de la vida, que es por esencia impersonal, y en ese hecho radica su imposibildad de tener una vida personal. Ser ella misma, dueña de su deseo, su pasión o su capricho, es ser infiel a ella misma.
(...) El hombre revolotea a su alrededor, la festeja, la canta, hace caracolear su caballo o su imaginación. Ella se vela en el recato y la inmovilidad. Es un ídolo. (...) Analogía cósmica: la mujer no busca, atrae. Y el centro de su atracción es su sexo, oculto, pasivo. Inmóvil sol secreto.
(...). A su significación cósmica se alía la social: en la vida diaria su función consiste en hacer imperar la ley y el orden, la piedad y la dulzura. Todos cuidamos que nadie 'falte el respeto a las señoras', noción universal, sin duda, pero que en México se lleva hasta sus últimas consecuencias. Gracias a ella se suavizan muchas de las asperezas de nuestras relaciones de 'hombre a hombre'. Naturalmente habría que preguntar a las mexicanas su opinión; ese 'respeto' es a veces una hipócrita manera de sujetarlas e impedirles que se expresen. Quizá muchas preferirían ser tratadas con menos 'respeto' (que, por lo demás, se les concede solamente en público) y con más libertad y autenticidad.
(...). Es curioso advertir que la imagen de la 'mala mujer' casi siempre se presenta acompañada de la idea de actividad. A la inversa de la 'abnegada madre', de la 'novia que espera' y del ídolo hermético, seres estáticos, la 'mala' va y viene, busca a los hombres, los abandona. Por un mecanismo análogo al descrito más arriba, su extrema movilidad la vuelve invulnerable. (...). La 'mala' es dura, impía, independiente, como el 'macho'.
PAZ, Octavio. El laberinto de la soledad. Anthony Stanton ed. NY: Manchester University Press, 2008.