28.9.10

Hoy: Vila-Matas

Cuando decimos que un reloj hace tic-tac, sostiene Kermode, estamos otorgando al ruido una estructura ficcional, que diferencia entre dos sonidos que, físicamente, son iguales, de modo que tic sea un principio y tac sea un final. Oímos en realidad tic-tic, así que el tic-tac del reloj sería el modelo de lo que llamamos trama, una estructuración que da forma al tiempo y así lo humaniza. (Tac-tic sería en cambio la trama del Ulises, de Joyce, añade Kermode, no sin humor).

(...). Llegado a este punto, veo la sombra del fin avanzar sobre estas líneas. Adoro la continuidad, pero ella no me quiere a mí. Debo acabar y, por tanto, trazar el sentido que le doy a mi mundo, o al mundo de este artículo, y digo, así a bote pronto, que lo mejor será abrir los ojos y contemplar el desorden. Tac-tic. No se trata de un desorden que quepa comprender. Propongo que lo dejemos entrar porque es la verdad. Propongo un ventanal abierto. Que entre el desorden en la continuidad.



VILA-MATAS. "Un ventanal abierto". El País, 28-09-2010.


Y... sí, huelga.

27.9.10

La verdad

Florence Thomas escribe un ensayo autobiográfico de lo más esclarecedor. Creo que me estoy viciando a este tipo de literatura por-para mujeres (¡que se mueran los beats, el psicoanalismo y, sí, también el marxismo!). Os dejo un fragmento (uno de muchos) que me ha gustado especialmente:

También hubo amantes. Fueron pocos, y aparte del primero (…), los otros no hicieron sino reafirmarle lo mismo: que nada había de nuevo bajo el sol en lo que respecta a las relaciones de género, nada que no permitiera darle otra posibilidad al amor bajo nuevos parámetros. Con sus amantes -tres, cuatro tal vez- no podía sino repetir aquello de lo cual deseaba huir. Con ellos, paradójicamente, hizo el irreversible aprendizaje de la soledad que se convertiría en amor a la soledad y que le permitiría por fin confrontarse consigo misma, sin miedo, sin temor y con un inmenso e inaugural goce.

Entre los hombres también están los amigos, los verdaderos, aquéllos que nos permiten recordar que todos y todas pertenecemos a la especie humana y que pueden existir relaciones entre hombres y mujeres exentas de poder, de deseo, de cálculos, de envidias. Ella tenía amigos de éstos, dos, tres, no más, con los cuáles podía reírse del feminismo o defenderlo acaloradamente, porque ellos la aceptaban tal cual, sin pedirle cuentas ni argumentaciones académicas. Y en contraparte ella aceptaba sus arranques de machismo, sus ritos a veces tan masculinos, porque ellos, después de todo, no hacían parte de lo que soñaba cambiar; por ser sus amigos gozaban de una condición particular que no se podía justificar ni argumentar. Eran sus amigos. Punto. Y esto también fue importante para ella, porque le permitía tomar conciencia de la mujer patriarcal que la habitaba y que no quería o no podía erradicar del todo. Y supo asumir esas contradicciones que tal vez la hacían más humana. Nunca podría ser una feminista radical ni traicionar su sentir, eso lo sabía.


Género: femenino. Florence Thomas


25.9.10

22.9.10

Dialogando con Wolfe




"(...) y a pesar de la pintura es como si cuarenta borrachos se hubieran arrastrado entre las sombras y hubieran muerto y se hubieran puesto negros y hubieran explotado y lanzado una miríada de espiroquetas que hubieran quedado incrustadas en cada madero, en cada listón, cada grieta, cada astilla, cada desconchón de pintura”.

La pintura sólo cubre. No destruye. La pintura es útil momentáneamente. La pintura no soluciona nada.

(Su habitación era una isla, de eso no cabía duda. Y para salir de ella, un nuevo bote de pintura verde la esperaba justo enfrente de la puerta).

Compartíamos el espacio, nuestras paredes vírgenes de graffitis y la apariencia del hogar, pero esa experiencia crecía fragmentada dentro cada uno. Estábamos aislados, cada uno en su pequeña isla, narrando nuestra propia historia; lo que en mí conducía inevitablemente al aislamiento. En ese cuarto rojo con la mesa baja de madera yo vivía, menos cuando tenía que alimentarme y entonces iba a la cocina, me preparaba un bocata de queso robado (sabía mejor) y volvía a mi habitación con el pan dorado por la sandwichera. Me sentaba en el colchón hinchable, apoyaba los codos en la madera maciza y miraba a la pantalla del portátil, inmóvil pero enérgica como la sabiduría, y la vida, te lo juro, me rebotaba en el ojo. En ese momento, por muy triste que resulte decirlo, Internet era mi compañero vital. Llenaba mis días. Me daba música, películas, telediarios, series. Y yo era la Harold de Twin Peaks. Twin Peaks era mi cuarto de treinta metros cuadrados, donde intervenían esporádicamente un agente que ponía en práctica la ley mediante técnicas oníricas, una femme fatale asiática atraída por los pantalones ajustados, un tronco-niño que revela pistas a su intérprete, un malísimo rico enamoradizo y tonto e incluso una joven de doble vida que yacía muerta en la orilla. En la orilla de mi habitación. Y yo era Harold, aislada en mi casa, rodeada de libros que no hacían más que reafirmarme en mi escepticismo frente al género humano: “Hay cosas que no se pueden encontrar en ninguna parte, pero creemos que las podemos encontrar en personas”. La joven muerta asiente conmigo mientras subo el volumen del portátil. Mi habitación colinda con la cocina, ha venido gente a cenar y han puesto música. Minor Thread. Entonces la pared retumba como si la casa estuviera latiendo.


"Montañesa es una chica alta, grande y guapa, de pelo castaño oscuro que le cae hasta los hombros; los dos tercios finales parecen una brocha untada de pintura amarillo cadmio (secuela de cuando se lo tiñó de rubio en México)".

Y yo quería tener algo gordo detrás, huir de algún buen marrón que incluyera escaparates rotos, violencia contra El Capital o, por qué no, drogas duras. Pero no. Yo simplemente venía de una vida fácil aderezada con cocidos de mi madre y pequeñas revoluciones que acababan cuando los barrenderos limpiaban las calles llenas de panfletos. Además, tenía un ordinario pelo largo y una bufanda rosa que no decían nada bizarro de mí. Recórcholis, si es que nadie dejó que me explicara. No puedes aprender de lo que te rodea cuando tus sentidos están esposados a la espalda.


"Siento que estoy experimentando algo que el mundo exterior, el mundo del que provengo,no podría comprender, y es una metáfora -la escena toda- muy antigua y vasta, mucho más vasta que...".

Aham.



"Y llega Paul Foster. Foster, según se me informa, es una especie de genio loco; un genio de las computadoras a quien compañías tales como Techiniflex, Digitron, Solartex o Automaton persiguen para ofrecerle montones de dinero para que les haga tal o cual cosa... Si es un genio o no, no sabría decirlo. Lo que sí tiene, sin lugar a dudas, es pinta de loco".

Subí las escaleras, con la mirada siempre fija en la cálida luz que producían dos bombillas colocadas en el interior de un largo tubo de plástico que colgaba junto a la barandilla. De la cocina surgían voces, había mucha gente. Era el cumpleaños de Mayra y, aunque sólo llevaba dos días en La Casa, había montado una gran cena invitando a mucha gente desconocida para mí. Eso era vivir en una casa okupa, tener siempre gente en el salón, me dije.

Afortunadamente, no me fue difícil encontrar un pequeño sitio en el rincón de la mesa para disfrutar de la sopa caliente. También encontré conversación. Un tal Harry, tras descubrir yo la piedra angular de sus conversaciones -la informática-, me entretuvo describiendo, incomprensiblemente para mí, cómo programar las websites de los catálogos de bibliotecas.

Mientras asentía con la cabeza, disimulando mi ignorancia de la forma más sutil que podía, diseccionaba sus gestos y miraba esos ojos entornados por la sonrisa, enmarcados en gafas y rastas rubias, y de repente tuve dos mil años y supe que le gustaba. La locura que descubriría después, sin embargo, se escapó por algunos intervalos de tiempo, entre sorbo y sorbo de sopa.


"Se cepilla los dientes después de cada comida pese a que viven en este garaje, como gitanos, pese a que viven sin agua caliente, sin retrete, sin camas, que duermen en un par de colchones en los que la suciedad, el polvo, las humedades y las efusiones se mezclan y fusionan con el relleno hasta formar un todo indisoluble...".

La Casa es un ser autónomo. Sus fines son tantos como formas de usarla. Porque, sí, ese espacio que mágicamente construyen unos ladrillos y un poco de argamasa, es un espacio en comunión con quienes la habitan y le dan un uso. Es como la tecnología, neutra, sumisa a la espera de que alguien le de significado utilizándola. La tecnología no es mala en sí; la casa no es burguesa en sí. Porque a pesar de lo que digan algunas empresarias y algunos amos de casa, la vida cotidiana es política. Y no hace falta pasar hambre o dormir en el suelo para hacer uso de la política que esconde ese espacio mágico que llamamos Casa. La esencia de la revolución, como decía Henri Hefebvre, es cambiar la vida.


Y se lo creen. Todo en la vida de una persona tiene... sentido. Y todo el mundo se pone en guardia, y trata de descifrar los significados. Y las vibraciones. Las vibraciones nunca tienen fin. (…) Todos están atentos al más mínimo incidente para convertirlo inmediatamente en metáfora de la vida. La vida de cada cual se vuelve en todo momento más fabulosa que el más fabuloso de los libros. Es un camelo, maldita sea..., pero místico..., y al cabo de un tiempo empieza a contaminarte, como una picazón, como una roséola.

Es un espasmo de realidad en medio de la noche. La contaminación. Tan pura, esa erupción...


Tom Wolfe [cursiva], Ponche de ácido lisérgico.


19.9.10

La Roux

Fin de los diarios.



Been there, done that, messed around
I'm having fun, don't put me down
I'll never let you sweep me off my feet

This time baby
I'll be bulletproof

14.9.10

Diario de una isla



És que això és un despropòsit!

Por un momento he querido que todas las cosas que nos rodeaban cobraran vida: que la mesa se tropezara para minimizar mi caida, que los libros taparan mi voz; que el aire cobrara cuerpo y se sentara entre los nuestros. Pero no, ahí sólo estaba yo. Yo, abríendome en canal y llorando, ay de ti llorona, mientras apartaba mi abrazo. Es duro que te aparten cuando vas a abrazar a alguien, y es duro llorar cuando la otra persona piensa que eres una auténtica gilipollas: te sientes isla, te conviertes de repente en un archipiélago Svalbard frio e inahabitado. Ay llorona, que no te descubran, ¿no ves que no contestará a tus cartas? ¿No comprendes que si te abres en canal lo único que haces es mostrar más tu vacuidad ártica, Svalbard, tus amplias extensiones nevadas? De nada sirve la especulación, tus colonias aisladas están incomunicadas, la tierra es inerte y tú eres pura fragmentación y belleza salvaje, Svalbard: vida e incertidumbre, tú eres la modernidad que nunca podrá salvarte; tú eres un despropósito en la era de la globalización y la hipercomunicación. Asúmelo. Porque no serás tú quien traiga la vida a esta isla.

8.9.10

Diario con acometida

Lots of sex, eso es lo que queréis, que lo sé. Hoy me he tomado un RedBull y estoy a tope baby no puedo dormir, e Internet va mucho más rápido a las tres, seh, yeah, lots of sex, sangre y porno que os contaré al amanecer.

Porque hoy/ en realidad hoy he sido consciente de mi cruda realidad. Veréis: Yo, intentaba dormir sin música y con taurina y con el ruido de la cortina arrastrando los papeles del escritorio y entonces he pensado ¡hostia/ pero sí es la primera vez que oigo un ruido que no he provocado yo! Y ahí he caído en la cuenta de que llevo mucho viviendo sola, sí, en la más absoluta y pura soledad, ay. Es todo tan dramático que, joder, me da pena destrozarlo diciendo que en realidad no me desagrada que nadie proteste porque dejo la mochila en el sofá, y que los pendientes aparezcan en la pila del baño por la mañana porque ahí es donde los dejé ayer, y también que me encuentro absolutamente bien chupando el chocolate reseco de los vasos y reutilizando el aceite de las sartenes, y que, amigos, está de puta madre volver a casa cuando las manecillas ya no importan, y lavar toda la ropa junta, y gritar en la ducha y cambiar la tele por unos altavoces y la-lalala cocinar en bolas- fun for me y, ah, Qué os voy a contar yo, si en realidad lo que queréis es que os recuerde que todos estamos solos cuando nadie nos ve. Aquí lo tenéis. Con todos ustedes, Roísín Murphy:


6.9.10

Diario de una adoleciente


Y con suerte algún día
te pintaré los ojos

Cuando conocí a Marta, en lo primero que pensé es en lo mucho que se parecía su cara a un cuadro de Modigliani. Por aquella época yo trabajaba como desnudo para artistas principiantes y había cogido gusto a saber, brevemente y tirando de Wikipedia, las vidas y obras de algunos pintores. Modigliani me fascinaba: tenía ese punto de tristeza y patetismo que enriquece el arte y acaba con el artista. Y Marta tenia la cara alargada y mucha nariz -luego sabría que también tenía mucho morro-: un calco de sus obras.

Respecto al trabajo, no ganaba mucho, pero contando con que los requisitos -enseñar mi cuerpo con naturalidad y estar quieta durante dos horas- los cumplía sin demasiada inconveniencia, era un gran negocio. Tal era mi entusiasmo, que incluso le propuse a Marta que trabajara conmigo en el taller de la Escuela de Arte, pues muchas veces se necesitaba más de una modelo. Su cuerpo, delgado, sufría de una deformidad que resultaba atractiva a muchas personas. Aunque, ya le decía yo, lo bonito del trabajo era que no había que encajar en ningún canon estético.

- ¿Has visto la película? Imagínate que el pintor fuera un Modigliani fruto del cruce de un Andy García-cubano-sabrosón y un Toulouse-Lautrec-parisino-bohemio. Después de ver la película seguro que cambias de idea, ya verás.

Pero ni con bromas. No sólo lo rechazaba, sino que encima criticaba que yo lo hiciera. Su vida cotidiana carecía de progresismo político, del más mínimo empujón hacia la independencia. No quiero decir que desnudarse sea revolucionario, que también, sino que utilizar tu cuerpo como mercancía por decisión propia y sin que ello repercuta en tu estatus social, es una forma de educar a la sociedad. ¿No vendemos nuestras ideas, nuestro arte y nuestra imagen? ¿Qué tiene de malo entonces enseñar el cuerpo como si fuera otra fuerza de trabajo más? ¿Por qué la decencia recae en lo mucho que enseñas las tetas en lugar de en cosas mucho más trascendentes, como en lo fiel que seas a tus amigos? Yo no pretendía ser una Friné contemporánea y obtener de mi belleza una absolución, pero sí algún tipo de retribución. Marta no lo entendía.

Hoy me he acordado de Modigliani y por eso también ha venido Marta a mi cabeza. Ha sido al ver Total Eclipse, una película sobre el tormento amoroso de Verlain y un Rimbaud interpretado por Leonado Dicaprio, del que me he enamorado incluso antes de ver Titanic. ¡Ah! Los enfant terribles siempre me han puesto: eso de que que se suban a la mesa ante la estupefacción de la hipócrita burguesía y se beban sus copas con chulería... sí, es el mismo recurso de siempre, pero, qué quieres que te diga, conmigo funciona.

Por otro lado, he decidido definitivamente deshacerme de ese Tarot de los Ángeles que, envuelto en seda, me ha otorgado durante años una seguridad naif que siempre negaré frente a mis amigos. Eso fue una broma que Marta me gastó el año pasado, y ahí están, muertas de risa, jeje. El hueco de la baraja de cartas lo ha ocupado un libro con olor a viejo y tapas blandengues pero con un nombre, no obstante, muy esperanzador: Perhapiness. Hoy he abierto una página al azar:

La noche- enorme

todo duerme
menos tu nombre

Y Marta ha vuelto a aparecer como cuando no puedes terminar de quitarte la suciedad incrustada de las uñas. Es cierto que muchas veces pensaba en ella, aunque nunca por la noche. La noche se presta más a la reflexión, al remordimiento, a los cantos de sirena reconfortantes. Pero no he podido evitar pensar en ese nombre que, aunque estático, había mutado radicalmente destruyendo un Todo indisoluble en el que confiaba. Ahora pronuncio su nombre y es inevitable que se adhiera de forma natural algún adjetivo, calificativo, despectivo. ¡Se ha convertido en un puzzle! Un puzzle desintegrado en muchas partes irreconciliables e incoherentes entre sí que se manifiestan libremente dependiendo del contexto en el que lo utilice. La Martaconfidente que me escuchó cuando estaba jodida choca con ese día en la playa en el que Martaquécínica escondió un machete -¿gore, eh?- tras ella mientras me hablaba de sus vacaciones. O con aquel día en el que pillé a Martaayquépena mendigando dinero en las salidas de emergencia de los favores. Aunque tengo que reconocer que Martalavíctima es el más recurrente, y eso que la del machete era ella.

Al final he cerrado el libro y me he dispuesto a dormir, no sin antes reñirme. Que dormirme con mal sabor de boca está mal, y más sin haber cenado. Y que tampoco está bien lo de enamorarse de cualquier persona que pasa y esperar cosas de ella. Ay, Helena, es que esto no puede seguir así, tienes que cambiar, tienes que dejar de creer en virtudes a los márgenes, no puedes culpar a los demás por no cumplir tus expectativas, y tienes que ser menos vaga, Helena: tienes que cambiar las sábanas, que no puede ser que te duermas todos los días con este olor a sexo por pereza a lavarlas.

4.9.10

Sobre el lenguaje

[a los hombres sensatos]

La fuerza del orden masculino se descubre en el hecho de que prescinde de cualquier justificación: la visión androcéntrica se impone como neutra y no siente la necesidad de enunciarse en unos discursos capaces de legitimarla.

[Nota al pie:] Se observa a menudo que, tanto en la percepción social como en la lengua, el sexo masculino aparece como no marcado, neutro, por decirlo de algún modo, en relación al femenino, que está explícitamente caracterizado.

La dominación masculina. P. Bourdie.

1.9.10