28.7.08

Un día más con vida

A grandes rasgos podríamos describir a Rysard Kapuscinski (1932-2007) como una lupa humana que supo extraer los pequeños detalles de acontecimientos políticos, económicos –humanos– de todos los continentes menos Oceanía, el único al que no destripó el sentido de su historia inmediata. En Un día más con vida se adentra en el esqueleto humano de la guerra civil de Angola, polarizada en el bando del Frente Nacional de Liberación de Angola (FNLA) y la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA) en un extremo, y el Movimiento Para la Liberación de Angola (MPLA) en el otro. Los primeros obtuvieron el apoyo de EE. UU. y el ejército sudafricano defensor del apartheid. El segundo, de tendencia marxista, fue ayudado por Cuba, que en su programa de solidaridad internacionalista proveía básicamente a los angoleños de uniformes cubanos con tal de atemorizar al adversario.



Ávido de experiencias, el tema de la vida de Kapuscinski, como él mismo asegura en Lapidarium IV –libro en el que recoge los pensamientos excluidos de sus reportajes– son los pobres. La pobreza es lo que este polaco, tras vivir 27 revoluciones y 12 frentes de guerra, entiende por el término eufemístico de “Tercer Mundo”: no es un término geográfico (Asia, África, América Latina) y ni siquiera racial (los denominados continentes de color) sino “un concepto existencial”. Indica precisamente la vida de pobreza, “caracterizada por el estancamiento, por el inmovilismo estructural, por la tendencia al subdesarrollo, por la continua amenaza de la ruina total, por la difusa carencia de soluciones”. Son pocos los periodistas que se atreven a analizar la pobreza en todas sus facetas sin la cínica máscara de quien busca un reconocimiento por ello. Kapuscinski bebía, comía (cuando tenía qué comer), dormía y vivía como lo hacen los protagonistas de sus reportajes, pobres generalmente secundarios para periodistas europeos. Rompe con el convencionalismo de la profesión desde el momento en que devora todo cuanto se cruza en su ángulo de visión para digerirlo después con la mente. Su ámbito de trabajo es la calle, su habitación, el mercado lleno de miseria africana. La capacidad de análisis, forjada en la época del confuso socialismo real y las atrocidades de la II Guerra Mundial en su ciudad natal, está siempre presente en las reflexiones de este polaco que comenzó su carrera como reportero casi sin pretenderlo. Una vez pudo huir de la censura a la que estaba sometido en Polonia, se dirigió a países cuya desesperación no era menor. Estos son, como muestra en sus libros, los contextos que mejor comprende y asimila. Desde El emperador, basado en el emperador etíope Haile Sessalie, hasta Ébano, una compilación de vivencias en sus viajes al continente africano, Kapuscinski brinda al lector la posibilidad de comprender el mundo a su manera.

Un día más con vida no es una explicación de la superestructura diplomática de la guerra de Angola, sino el reflejo de las vidas cruzadas por la guerra civil provocada por la descolonización portuguesa. Soldados angoleños, niños arrojados a las armas, portugueses al borde del exilio, parientes bajo la capa de enemigo, civiles confusos e ignorados…, todos ellos forman parte de la explicación que Kapuscinski hace de la guerra de Angola. Los hechos se convierten en novela autobiográfica y su narratividad hace que el lector, lejos de contentarse con una explicación coherente –lo único que suelen ofrecer los libros que explican una guerra–, busque entender, con la garantía de una narración primera persona, a la sociedad angoleña. lector comprende a través de los ojos de Kapuscinski. Se adentra en su vida.

¿Estamos entonces ante una autobiografía, un texto periodístico o una novela de aventuras? Un día más con vida lo es todo a la vez y nada por separado. Cada capítulo es un amplio reportaje informativo aderezado con la perspicaz mirada de Kapuscinski, quien refleja un estilo rebelde, auténtico e incomparable de escribir, capaz de tocar cualquier extremo de la escritura. Abofetea la rancia teoría del periodismo objetivo y deja claro que la unión entre escritura informativa y escritura creativa es más que posible. Es necesaria. Él mismo enseñaba a sus alumnos de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano –creada y presidida por su amigo Gabriel García Márquez­– a utilizar la poesía como un ejercicio lingüístico con el que beneficiar a la prosa. “Yo no soy esencialmente poeta, pero la poesía es irrenunciable para mí. Requiere una concentración lingüística extrema y eso beneficia a la prosa. Mi prosa ha de tener música, y la poesía es ritmo”, dice en Los cinco sentidos del periodista.

Decidido a alejarse de los hoteles destinados a los periodistas, el elegido mejor periodista polaco del siglo XX y reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de la Comunicación en 2003, utiliza la intuición y la empatía como sus dos principales herramientas de trabajo. Intuición para moverse por Angola a mediodía, cuando los combatientes no atacarán “recibiendo los latigazos de un viento tórrido”. Empatía para poder humanizar a los supuestos verdugos y comprender que las historias no están divididas en buenos y malos como, inmersas todavía en el escenario de la Guerra Fría, muestran exageradamente las películas americanas. Ser empático, sin embargo, no significa no decantarse a favor de un bando u otro: Kapuscinski da su apoyo al Movimiento Para la Liberación de Angola (MPLA). Eso sí, con tal de recibir lo mismo de ellos. De otra forma, no hubiera podido moverse con seguridad por los frentes ni conocer al presidente del movimiento, el poeta Agostinho Neto. Tampoco hubiera podido sentir el mismo alivio que sus camaradas cuando amanece después de una batalla y están un día más con vida. No obstante, el seguimiento del conflicto al lado del MPLA no impide que la polifonía sea un continuo en la obra, convertida así en un conglomerado de voces rescatadas del viento y entrelazadas en prosa. Kapuscinski nos acerca a una guerra que, como todas, criminaliza a los que no pueden hacerse oír masificándolos en cifras que intentan hablar por ellos. La imagen de la Guerra, según dice el escritor con una sinceridad y un realismo atroz que apela sin tapujos al lector, es intransferible: “no se puede transmitir ni con la pluma ni con la voz ni con la cámara. La guerra es una realidad sólo para aquellos que están apresados en su interior, sangriento sucio y repugnante. Para otros no es sino una página en un libro o unas imágenes en una pantalla: nada más”.

Que la Historia, la política, la reflexión, la poesía y el Periodismo se unan en la prosa de Kapuscinski no es nada trivial en el estilo de este licenciado en Historia que piensa que el pasado ha de interpretarse a través de las herramientas cognoscitivas que se utilizan para entender el arte. El mundo contemporáneo, dice, sólo puede comprenderse usando “un globo terráqueo giratorio” y “contemplando el escenario en el que vivimos desde diferentes puntos de la Tierra”. Los angoleños, al intentar comprender su país tras la Guerra Civil que lo ahogó, seguramente se preguntarían por qué desde Occidente se comercia con los dirigentes corruptos que se han adueñado de los recursos naturales que deberían enriquecer a todo el país en su conjunto. O por qué avanza la ciencia sólo para países ricos, mientras que Angola ve morir a buena parte de la población por epidemias de enfermedades infecciosas cuyas medicinas están privatizadas por los mismos que compran diamantes y petróleo a precios irrisorios a los dirigentes corruptos. Kapuscinski ya no está para contemplar sus ruegos y contextualizarlos en el papel. Las letras que hablan de su situación tampoco llegan a una sociedad en su mayoría analfabeta. Por suerte, en el mundo occidental sí podemos leer las obras de este reportero –considerado ya una reliquia en el mundo del Arte– y, al menos, comprender la situación de los africanos conociendo su pasado reciente. Un día más con vida, junto a Ébano y otros tantos del autor, es una herramienta fundamental para no caer en el egocentrismo que acecha a la población occidental.