26.12.09

navidad

No es original decirlo, pero cuando traspasé la puerta blindada-dorada abandoné, durante un tiempo indefinido en términos existenciales, el frío calmo y confidente que se respiraba en Madrid. Dentro sufriría un calor infernal propio de la calefacción central de una comunidad adinerada a la que poco le importan las admoniciones del gobierno central en cuanto a ahorro de energía.

Lejos de ser confortable, ese calor era un enemigo que trastornaba mi percepción de las estaciones, como un jetlag que te obliga a dormir aún siendo de día. Tuve que pedir una camiseta de manga corta, y así comenzó el trastorno, la somnolencia y la transformación en fantasma. Mi vertiente más cercana a la versión moderna de la feminidad fue atacada con un “quítate los tacones que estropeas el parqué” y mi lado rebelde, si es que vale la pena nombrarlo, se quedó fuera, con el viento y la lluvia, por resignación. La pérdida de todas mis facetas de cara al público conllevó la pérdida del habla, a lo que La Familia, en petit comité de situación de emergencia, decidió que la mejor forma de comunicarse era disponiendo de respuestas presupuestas y preguntas previamente formuladas. Una sabia elección: qué mejor que jugar al Trivial para pasar la Nochebuena en Paz.

Y así es como acumulé una retahíla de datos innecesarios: tanto preguntas como respuestas, ya que de tanto jugar me terminé aprendiendo ambas, lo que provocó un cambio en las reglas del juego y la consiguiente disminución del abanico de preguntas. Pero no hubo Losantos ni comunismo ni cinismo ni sudacas ni platos sucios en la mesa. ¡Quién lo iba a decir! ¡Si hubiésemos descubierto antes este anestésico de pasiones ahora la familia estaría al completo! Únicamente comentarios colaterales a preguntas provocadoras como “¿Qué etnia asiática penetró en la península ibérica durante el siglo V?” exigían una rápida intervención de mi tía: “¿Los alanos? Sí, ¡pues ahora bien que la están reconquistando!”.

Pero yo era transparente y, recordemos, no tenía habla, así que poco podía hacer más que aprender que la estructura molecular de la morfina es C17H19NO3, que Joan Laporta presidió la plataforma Elefant Blau, que la capital Moroni es de las Comores o que karaoke significa en japonés “orquesta vacía”. Y, de acuerdo con el imaginario popular, estos datos otorgarán a mi mente una inteligencia y unos mapas conceptuales que, si no salvarán al mundo de una crisis o un cataplasma nuclear, al menos me mantendrán alejada de la cola del paro. ¡Trivial Pursuit debería regalar Zapatero en los colegios y no portátiles!

Luego, a la noche, mi somnolencia de teatro me delató y fui incapaz de acostarme a una hora que se acercara a la de las demás actrices. Y no fue precisamente la programación nocturna lo que me mantenía en pie, sino el más radical aburrimiento: juro que hubiera podido contar las 625 líneas de la televisión si no fuera porque ahora la novísima TDT es, como indica su nombre, digital y no analógica. Me conformé, ya que recientemente prometí no abstraerme en los concursos-estafa de las madrugadas, con un vaquero Contesti cabalgando un lago de hielo, con los saltos temerosos de un jovenzuelo español y con la caída del ganador francés Brian Joubert. Sorprendentemente me gustó, y tuve una excusa para seguir los juegos olímpicos de Vancouver de 2010. El patinaje sobre hielo masculino te otorga, si no una vasta cultura, al menos el regocijo de observar esos cuerpos esculpidos a base de caídas dando ritmo a tus horas muertas.

Gracias a los deportes de invierno.

Viva el frío.

13.12.09

A la atención de la lector/a: esto es un experimento. No se sienta atemorizado/a por los (demasiado grandes para mi gusto peroquélevamosahacer) reproductores que fragmentan el texto. El modo de uso es fácil: según vaya leyendo y se encuentre con uno, actívelo y siga leyendo. Espero que sea de su agrado.
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Llevaba un cuchillo. El asfalto pedregoso y las luces de neón de los locales de prostitución -las únicas fuentes de luz- formaban un claroscuro que resaltaba el reflejo del filo. Lo había visto brillar frente a mi, clavando en mis pupilas la luz roja de las calles, inventando un exclusivo infierno como un carnicero que hace música con la cortadora de carne. Ahora me perseguía. Si le daba la espalda emitía agudísimos sonidos: berridos que en mi tímpano convertían los segundos en horas . Yo gritaba con los oídos taponados por aquel irrisorio canto de la muerte, pero no me podía oír. A veces alargaba el brazo y la punta rascaba la piedra de las paredes. Entonces podía ver la cara de horror de la gente que escapaba al ver saltar las piedrecitas como pavesas.

Pero yo no huía. Eso era algo entre él y yo. Hacía tiempo que no temía a los objetos afilados. Yo (yo mi me conmigo) era la protagonista de Un chien andalou. Mi reflejo me escandalizaba. Rojo, amarillo, negro, rojo, rojo, rojo. Aligeraba el paso y mis ojos suplicaban como un grito sordo de Tom Waits : quiero sentir.

Me paré en una de esas oscuras esquinas hechas para violadores y atracadoras. En unos segundos apareció de nuevo frente a mí. Brillante, afilado, dentro. Más adentro. El cuchillo se clavaba como lo hace el tenedor del chef para comprobar que la carne está hecha. Despacio. Yo (yomimeconmigo) sólo era carne. La sangre corría por mi barriga, empapaba mi ropa y me manchaba las manos. Más adentro. Yo, reflejo isomorfo en el filo; yo, portadora del cuchillo, había tomado mi primera decisión carente de egoísmo. Sin relativismos.

30.11.09

Otra vez insomnio

Mi suite, mi cuarto
menguante
en el que yo también encojo.
Lejos Pizarnik, prisa desafiante: viene Capote
busco energía (música): aporreo el libro de sociología,
detesto la soledad lectora, la luz dura enfocando
la causa y el efecto, la prosa, el porno
de la ciencia y el postmodernismo; pero
I happen to be european
ceno a las 6 y me olvido de los somalíes, Irak, Afganistán
y de la crisis porque aquí
ya es Navidad.
Ando cínica por el barro con olor a heavy metal
temerosa, deseosa
de ver las célul(os)as
que surgen tras la división.

14.11.09

La isla

Hacía frío, cómo no. Pero tenía que salir, debía celebrar que, ahora sí, tras la pérdida de su pasaporte y sin números que apalabraran su existencia, era totalmente transparente. Incluso podía afirmar, casi con total seguridad, que su bicicleta también lo era. Pensó en bajar al metro, pero qué va. Hacía tiempo que estaba inundado, inservible. De hecho, ella hacía su vida en la ciudad, antaño sede de la clase poderosa intelectual, ahora lugar poroso donde la gente de las profundidades vivía e incluso había conseguido leyes que avalaran su modo de vida. Esa era una de las cosas que la hacía sentirse entre el paraíso y el infierno, en un lugar neutro donde los católicos reverentes pueden pasearse por una sutil calle donde las prostitutas, desde sus escaparates, intentan enseñarles lo mejor de la ciudad. A veces incluso se sentía un poco voyeur si alteraba su posición neutral subiéndose a la Domtoren, la torre más alta de la ciudad, y viendo a todos esos comerciantes, amantes y estudiantes encadenándose unos con otros como si de un trabalenguas humano se tratara. Pero eso pasaba poco.

Pisar hojas mojadas, recorrer el pasillo flanqueado por árboles amarillos, alegres en otoño pero no de noche: oscurecía y el suelo agrietado por las raíces de los árboles parecía bañado en tinta negra. No había nada de poesía en todo aquello y entonces era cuando más le gustaba conducir la bici y sumergirse en la mecánica del pedaleo. Podía recordar a aquel altísimo melenas, un grunge desaliñado con acento neerlandés que se relamía diciendo “that´s a piece of cake” tras haber roto la cerradura de una casa. Podía incluso reconocer sus ojeras entre toda esa gente que le venía a la mente mientras pedaleaba a lo largo del canal. Mismas ojeras, distinta pupila. Poco a poco llegaba al destino.

La mujer, de unos cuarenta años, estaba tumbada en una cama empotrada a lo largo del espacio que dejaba un ausente asiento de copiloto y la parte de atrás del coche. Era muy corriente entre las gente de las profundidades modificar coches, casas, bicis y demás materia y convertirlos en algo pomposo y útil a la vez. Ella siempre solía ir allí cuando necesitaba algo, ya fuera droga o una cubertería. Era una especie de mercadillo sin puestos fijos, donde cualquiera podía ir a vender lo que ya no necesitaba. La mujer en concreto vestía siempre los mismos bombachos y la misma camiseta, como si hubiese sido plastificada con ella. Lo cual, todo hay que decirlo, no era muy higiénico.

  • ¿Qué hay querida? -la espuma de cerveza saltaba desde su boca como esputos.

  • Venía a por otro bote de pintura, creo que con uno no es suficiente.

  • Yo creo que lo es -decía mientras se levantaba de la cama improvisada y entornaba los ojos examinando su cara-, creo has cubierto todos y cada uno de tus poros, nena.

  • Pero todavía me siento desnuda, me sonrojo y me da la risa floja cuando hablan conmigo. No me ayuda mucho a integrarme -bajó la cabeza mirando al suelo, avergonzada.

  • ¡Ja! -exhaló con un tono ofendido mientras espolsaba ceniza que había caído en su pantalón-, ¿qué esperabas que fuera? ¿Fácil? Esto no es turismo, chica, no se trata de visitar tres lugares importantes y creer que ya lo sabes todo sobre la ciudad. Las profundidades exigen muchas más paciencia y dedicación.

  • Ya lo sé, por eso te pido otro bote...

  • Está bien, toma, puedes probar a ponerte mil capas. ¿Qué color quieres hoy? ¿Vas a seguir con el verde?

  • Eso creo, sí.

Salió casi corriendo de allí, fugándose de ese ambiente que hubiera definido como casi en estado de putrefacción. Le dolía, pero todo lo que la mujer le había dicho era verdad. ¿Qué esperaba? ¿Llegar y ser santificada? Se acordó del húngaro, el tipo que conoció en ese mismo mercadillo y le animó a seguir adelante, a visitar los sitios donde ellos se solían reunir. Tomaba café descremado y ese detalle hacía que ella se sintiera más cercana a él, porque era como si las cosas pequeñas no tuvieran ninguna importancia para las demás gentes. Pensó en ir a verle, en enseñarle su sonrisa casi metálica a causa la pintura. Pero decidió que no, que se iba a casa. Su cara chorreaba verde, tenía tanta pintura que temía no poder quitársela cuando llegara.

El suelo de su habitación parecía asfalto mojado, y todas las paredes se reflejaban en él, como si estuvieran cayendo y engulléndola poco a poco. Fue directa a la cama, intentando esquivar el vaho que salía de su boca y anunciaba, como un micrófono, que la calefacción estaba rota. Bufanda, dos pares de calcetines, un somnoliento bostezo y a dormir. Su habitación era una isla, de eso no cabía duda. Y para salir de ella, un nuevo bote de pintura verde la esperaba justo enfrente de la puerta.


23.6.09

Jorge Tarch



Nunca había equiparado cantidad de obras leídas con reconocimiento de las suyas, puesto que, si lo hubiera hecho, tendría que haber dejado de leer probablemente durante toda su vida. Se decía a sí mismo que sería un mecanismo demasiado presuntuoso; como no comer nunca pan por no saber hacer la masa. Un día, al escuchar una conversación de una miembro de jurado de premios literarios, lo comprendió todo. Fue una tarde que decidió visitar, pese a su antipatía por el arte partidista, una exposición de carteles de Josep Renau. Jorge Tarch sintió una punzada cuando un hombre a sus espaldas dijo, poniendo como ejemplo los carteles del comunista valenciano, que se necesita una dictadura para que aflore la capacidad metafórica de los artistas.

Resguardado por su espalda, Jorge frunció el ceño para pensar debidamente que esa persona debía vivir en la nada, la no existencia, con los pies pegados al techo y alimentándose de latas. ¿Cómo podía asegurar que hoy en día no había creatividad? Sobre todo, ¿es que no sabía que Renau fue cartelista de la república y que prolongó su exilio desde el principio hasta el final del franquismo? ¿Para qué iba a una exposición si ni siquiera leía las letras grandes que la introducían? Ya estaba a punto de girarse para entablar un ávido debate -en el cual se presuponía a él como claro ganador- cuando se percató de que la conversación había llegado a cauces que le interesaban. La acompañante del hombre había relevado su comentario con otro que, si no le daba la razón, seguía la conversación sin contradecirlo:

-Sin censura parece que se está consiguiendo el mismo efecto que en una dictadura. Las obras son cada vez más homogéneas, no hay imaginación para crear nuevas tramas. Yo lo noté mucho cuando participé en aquellos premios de literatura juvenil.

-¿Los de tu pueblo?

-Sí. Todos hablaban de lo mismo, y se notaba muchísimo qué relato era de chica y cuál de chico: las primeras hablaban de amor, las típicas historias cursis. Los segundos escribían sobre robos, asesinatos, luchas... Pero todos coincidían en algo: siempre había una muerte de por medio, como si sin muertes los textos no tuvieran la más mínima importancia.

-Bueno, pero no puedes generalizar una tendencia que has observado en relatos que manda una porción de asiduos a la literatura. Los grandes novelistas intentan salir de los tópicos.

-Los tópicos, si no fueran generales, no existirían. Lo que quiero decir es que nadie escapa a ellos. Si bien porque los utilizan, si bien porque intentan alejarse de ellos, los tópicos siempre son el epicentro de la literatura, son “el lugar común”.

-Pero entonces nunca ha existido creatividad, porque siempre han existido tópicos y cánones que seguir o de los que escapar. ¿Cuál ha sido entonces el mecanismo que ha hecho posible que se pase de la literatura grecolatina al romanticismo?

-Creo que me has entendido mal. Yo no digo que el lugar común sea perjudicial para que el arte evolucione, ¿por qué si no para aprender a pintar hay que aprender primero todas las técnicas antiguas y modernas? Lo que yo temo es que el tópico común y general a todos se generalice, que sólo exista el tópico y no su contrario.

La mujer hablaba muy rápido, como si el tiempo de respuesta estuviera cronometrado o el espacio aéreo para exhalar las palabras fuese prestado. Jorge dirigió un “gilipollas” con la mirada al hombre de los “grandes novelistas”, que no se percató, y pensó que posiblemente ninguno de los dos había leido las obras correctas para apreciar la creatividad contemporánea. Se dejaban, además, el elemento “mercado”, guía considerable de los tópicos a seguir por los novelistas del momento. No hay duda de que existe creatividad, concluyó, puesto que nunca han dejado de existir esquizofrénicos con un pensamiento altamente metafórico.

Sus pasos dejaron de seguir a la pareja y se dirigieron a la salida. La conversación se había desarrollado de una forma interesante, pero a Jorge ya no le importaba la conclusión a la que llegaran. Él ya había deducido una cosa mucho más interesante: a la miembro de un jurado de premios literarios le interesaba el contenido y no la forma de lo que leía. Jorge Tarch dedicaba todas sus horas a elaborar un lenguaje transparente con unos párrafos en su justa medida. ¿No es eso lo que todo lector ansía? Los más reconocidos no son los mejores, que se lo digan a Fante, se dijo en un alarde plañidero. El proceso, pensó, es el mismo que el de las grandes editoriales.

Él mismo había intentado, sin éxito, que varias editoriales se fijaran en él como corrector ortográfico mandando periódicamente una enumeración de las erratas y errores que iba encontrado en los últimos títulos. Pretendía que fuera como un aviso para los editores: “tus correctores no lo hacen bien, contrátame a mí”, parafraseaba imaginariamente. Estaba completamente convencido de que las grandes editoriales harían excepciones metodológicas por un cliente que trabajaba para ellos gratuitamente. Así que, después de haber corregido veinte libros de Seix Barral y quince de Tusquets, decidió centrarse en editoriales más pequeñas y especializadas, con el consiguiente fracaso en lo que a obtención de puestos de trabajo se refiere. A veces Jorge Tarch no dominaba la perspectiva, y se convertía en un niño que desde su ventana ve tres o cuatro del edificio de enfrente y cree que donde él vive es mucho más grande.

21.4.09

Enjuto también se enfadaría

La respuesta al nombramiento de Ángeles González Sinde, declarada defensora de los "derechos de autor" y crimilanzadora del ADSL, como Ministra de Cultura no ha tardado. Colectivos de internautas, abogados, empresarias, adolescentes, trabajadoras y, en definitiva, ciudadanas, ha elaborado una amplia carta dirigida a la Ministra con el objetivo de evitar lo que ya se huele: un cierre a cal y canto de las redes P2P, aunque en Francia esta medida haya estado rechazada. Algunos fragmentos:
Internet como lo conocemos ahora puede dejar de existir para pasar a ser una especie de canal privado de televisión al estilo de tele5 o antena 3, donde sólo grandes multinacionales pueden ser “vistas” y ofrecer su Web.
¿Porqué demonizan la copia cuando es la materia de la que está hecho el aprendizaje?
Toda creación cultural, toda ampliación del conocimiento se basa en esta tradición recibida, de manera que ninguna creación es completamente original ni sería posible sin la existencia de este patrimonio colectivo.

“Lo digital” es la materia de lo que está hecha nuestra memoria contemporánea.

En España tenemos un caso flagrante de una institución privada que consiguió imponer su forma de entender a la sociedad. Se llamaba Inquisición y consiguió imponer sus intereses durante siglos a costa de quema de libros, prohibición de la ciencia y condena a muerte de miles de personas. También consiguió retrasar unos cuantos siglos la evolución cultural y tecnológica de Occidente.


La carta finaliza con un decálogo que se le propone a la recién nombrada ministra. Os dejo con el primer punto:
1. Considerar cualquier recorte a las redes de intercambio de archivos (redes P2P) como un acto de oscurantismo y un atentado contra los derechos democráticos fundamentales garantizados por nuestra constitución y por innumerables tratados internacionales que el Estado Español ha ratificado. Nuestros derechos al conocimiento, al aprendizaje, al acceso a la cultura y a la libertad de expresión se verían gravemente socavados si se limitaran las herramientas de las que dispone actualmente la sociedad.

20.4.09



Provocas en mí una alternancia de luces.
Como si unas veces brillara y otras
me consumiera
negra,
como una bombilla fundida.


Ayúdame a subir las persianas
antes
de alejarte del interruptor.

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Foto: Ana VB

10.4.09

Cheap and cheerful




un año.

7.4.09

Los primeros caballeros



A Joachim Saber, esposo de la canciller Angela Merkel y primer caballero de Alemania, parece no haberle sentado muy bien la comparación que The Guardian hacía entre él y su homólogo argentino Néstor Kirchner. El moderno estilo de Saber, que se presentó a la cumbre del G20 con un modelo sport de Voux&Co –prestigiosa marca estadounidense–, no pareció deslumbrar en la recepción del evento. “Saber parecía el recogepelotas de un partido de tenis al lado de Kirchner, que portaba elegantemente un traje de corte clásico muy adecuado para la ocasión”, tildaba el diario inglés.

Por suerte o por desgracia, las críticas nunca se han dado. Tampoco se hubiera publicado algo parecido si Saber y Kircher hubieran asistido a la cumbre del G-20 acompañando a sus esposas, Angela Merkel y Cristina Fernández, respectivamente. Ni su ausencia ha sido motivo noticiable. Sí lo ha sido, en cambio, la ausencia de Sonsoles Espinosa, compañera de José Luis Rodríguez Zapatero, quien decidió no asistir a la llamada “cumbre de las primeras damas”; cuyo objetivo viene a ser, básicamente, el de reunir a las mujeres de los jefes de Gobierno para proporcionar abundante, trascendente y necesaria información sobre su estilista, peinado, diseñador de traje, colores, joyas, gestos y belleza de las candidatas a copar tanto portadas de prensa rosa como de diarios generalistas.


Las “primeras damas” son comparadas entre ellas y juzgadas por su vestimenta. Sonsoles Espinosa ha sido apodada como “la nueva Carla Bruni” incluso antes de que asistiera a la cumbre, por lo que no me extraña que haya declinado la invitación para ser una de las figuritas que adornan el pastel que se reparten sus respectivos en otra sala. La mujer de Zapatero, aunque muchos editores de periódicos no lo crean, tiene vida propia: es soprano y está preparando su papel en una representación en el teatro Chatelet de París. Ni milita en el PSOE. ¿Por qué debería ir a un acto político para el que no se la ha votado como representante? ¿Para adornar el pastel?

Ya basta de considerar a las mujeres, incluso a las que ostentan un cargo político, meras perchas de atuendos que supuestamente las definen. El asunto, si profundizamos en él, es serio. No se habla de los trajes de los hombres porque es demasiado violento relegarles a lo que expresa el color de sus corbatas. Más aún mientras sus mujeres deciden “qué hacer con el mundo", como ocurre en el caso de Saber y Kirchner. Los medios de información han hecho un acuerdo tácito: el hombre público ha de dedicarse expresamente a los asuntos serios; de la mujer pública, sin embargo, se puede especular sobre su vestido o su peinado, como si su imagen dependiera de cómo camina y no de lo que dice o las políticas que implementa. Menos mal que hay dos primeros caballeros de Alemania y Argentina para hacer patente el machismo que todavía impera en la política. Del tipo de política (digo, economía) de la que se hace gala, mejor ni hablamos.

5.4.09

Quizá fuera por esa ola de hippismo revolucionario que expandía por la habitación la música de Manu Chao. O puede que, precisamente debido a que no hubiera nadie en casa, los vacíos se podían llenar de música y alocadas ideas. Qué narices, hoy había ido mucho más rápido que otros días, quizá incluso más de lo que se podía permitir con ese viejo Ford.

El caso es que vislumbró un viaje rodeado de toda suerte de artilugios que faciliciban su dinánima de planificación anarquista y tenían en común, casualidad, un mismo color: una tienda de campaña roja, sus mofletes rojos de tanto mordisco, el sol rojo vespertino. Se vio durmiendo dentro de la tienda, pero esta vez sin necesidad de amontonar edredones y esterillas prestadas, ya que la arena fina servía de colchón a sus atípicas noches a ras de mar. Las duchas eran, si cabe, el elemento más carismático de todo el conjunto: debían ganarse la confianza de toda la gente que esperaba sobre esas tablas de madera para, un vez utilizaran el champú y el gel tal y como hacían en sus casas, no se escandalizaran. No se preocupaban por la confianza de la gente del bar cuyo baño les servía para acicalarse por la mañana, ya que, pensaban, para eso pagamos el desyuno.

Pensó en recorrer la costa mediterránea haciendo autostop y pernoctando en las playas. Quizá fuera por los tonos de música revolucionaria, pero sólo quería que él lo entendiera enseguida, que leyera su mente, que le dijera: sí, o que discutiera los elementos más banales de su planificación anarquista, como qué libros llevar o si sería conveniente coger un saco sabiendo que por las mañanas iban a despertarse con un baño en el mar. Quería compartir con él lo que no podría compartir con ninguna otra persona: libertad.

21.3.09

Es fácil dormir con sublime esperanza
mientras otros amasan el pan
otros tejen la ropa
en mundos aparte.

***

A bocanadas de azufre
muere la luz de los amaneceres en las aldeas borradas
de la faz de los buscadores
en la interfaz de google earth.


ROJO, Daniel. Poemas Visuales. Disponible aquí.

7.3.09

La revolución se dispersa

A noviembre le siguieron más días fríos que no conseguían aplacar los ánimos. Pero llegaron las hipócritas vcaciones de Navidad y todo se vino abajo. En enero, los hall de las facultades volvían a lucir la desnudez que caracteriza a los edificios institucionales, fríos e impersonales. Los bancos, dispuestos en forma circular las noches asamblearias, enmudecían ahora paralelos y atornillados al suelo. La mesa de estudio no estaba, ni el sofá, ni la sandwichera. Las coloridas tiendas de campaña, por supuesto, tampoco. Los blogs se olvidaron, las comisiones fueron poco a poco quedándose sin habla, sin vida. A excepción de alguna suelta, las asambleas ya han dejado de existir. Aquello que las creó, las reuniones y decisiones, la multitud; ya no existe.
Por todas las respuestas que hemos dado, no sólo a un proceso de reforma universitaria adalid del secretismo, la mentira y el neoliberalismo; sino también a la estetización de los edificios universitarios, que por unos meses se llenaron de la vida cultural y social que ahora se quiere diluir, va el siguiente texto. Es un fragmento de La conquista del aire, de Belén Gopegui, quien, por si alguien anda despistado, fue denominada por Francisco Umbral como "la mejor novelista de su generación". Disfruten, pero no lloren.
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Entonces lo irracional, el envilecimiento, el bárbaro latido de las cosas, podía ser sólo un tema guardado dentro de un libro. No había peligro de que saltara fuera y si lo hacía ahí estaba, dispuesta a contenerlo y alejarlo, la multitud.

Santiago había formado parte de aquella multitud, y había tenido la impresión de que existía un relevo permanente: aún cuando tú dejaras de hacer algo, otro lo haría, igual que tú harías lo que otro hubiera dejado de hacer. Entonces era posible abandonar a ratos, pero nadie quería abandonar; había una guerra contra el sistema, pero era una guerra de charangas, fiestas, reuniones hablando de mezclas disparatadas, guerrilla y no-violencia, revolución y locura, y viajes al mar, y películas y acampadas junto al monte de Ocejón. Una guerra sin bajas. Una guerra sin pérdidas. Una guerra casi feliz: la vida no estaba en juego.

En cambio ahora sí lo estaba. Por eso se había dispersado la multitud. Ahora las cosas latían, bárbaras, envilecedoras, exultantes también. Cada decisión implicaba un sueldo posible o uno imposible, una casa o un apartamento, alquilar o comprar, compartir la vida con la persona adecuada o equivocarse, abrir la trayectoria o cerrarla, vencer o quedarse fuera, quedarse atrás. La multitud se había dispersado.

3.3.09

Yo me callo, yo espero
hasta que mi pasión
y mi poesía y mi esperanza
sean como la que anda por la calle;
hasta que pueda ver con los cerrados
el dolor que ya veo con los ojos abiertos.

****

Tu rostro sale del espejo como un ala que abandona el instante. Yo amo tu rostro en el espejo; yo

amo cuanto me está abandonando.



GAMONEDA, A. Cecilia y otros poemas. Biblioteca Premios Cervantes. Madrid, 2007.

17.2.09

Va de morbo

La seguridad de que es más reality que nunca se ha corroborado con la noticia de que el causante de todo este drama televisado ha sido una persona joven y muy cercana a la familia, con el plus de haber estado incluso colgando carteles con los padres: más morbo para una parrilla televisiva ya podrida. Telecinco ha sido la cadena que, como viene siendo habitual, remueve hasta el último escombro para rescatar todos los detalles escabrosos de cualquier tragedia. No contentos con destinar gran parte de los informativos al tema, la cadena ha creado programas especiales con los que interaccionar con todos los implicados en el asunto. Sin ir más lejos, el pasado domingo un presentador preguntaba, con un forzado y falso rictus de tristeza, al portavoz de la familia Del Castillo si podía reconstruir “las últimas horas de Marta”. No contento con la descripción que recibió del asesinato, añadió: “no sé si se puede matar con un solo golpe de cenicero... supongo que serían más”. El afligido presentador se ofuscaba pidiendo más justicia para los asesinos, la cadena perpetua, mientras se regocijaba en el morbo con una niña de 14 años que, salvadas las espaldas frente a la justicia invitando también a su madre, fue llevada al programa con la coletilla de “la última novia del asesino”:

- Rocío tú eres muy joven pero, ¿tú sabes que has estado enamorada de un asesino?
- Sí.
- ¿Y cómo se lleva eso?
- Muy mal.

Ante todo, show must go on.

Se me plantean varias preguntas. La más evidente es la que cuestiona si se debe hacer eco en la televisión de las muertes. Teniendo en cuenta que en un pestañeo mueren miles de personas en el mundo, ¿cuál es el baremo que se debe utilizar para considerar más importante unas que otras? Uno de los principales criterios para el periodismo de hoy es la proximidad. Sin embargo, en términos espaciales, tan próxima es la muerte de una sevillana como las de inmigrantes en las costas canarias. La diferencia, pese a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es clara: la inmigración es considerada uno de los focos de delincuencia por la opinión pública. Consideración que, asegura Bauman, facilita al Estado recuperar un papel como protector de la ciudadanía frente a la incertidumbre que provoca en la población el mercado no regulado (véase: paro, precariedad, abusos laborales... frente a los que el estado mira hacia el lado del laissez faire).

Dejando aparte el acoso estatal al que son sometidos los inmigrantes y volviendo al tema del drama televisado, me dirán ustedes, remarcando el carácter fatídico del hecho, que se trata de un asesinato, y no de algo accidental como las muertes de los magrebíes. Como tampoco son accidentales los cuatro (no estoy segura de la cifra) asesinatos machistas que ya suma el 2009. Así que, la clave de la atención que ha absorbido este escándalo es que ha permitido un seguimiento desde el principio.

La historia me recuerda, a grandes rasgos, a la persecución televisada que en Fahrenheit 451 sufre Montag. Desde un helicóptero se graba su búsqueda policial por toda la ciudad y se retransmite por televisión, ese electrodoméstico que se cuela en las casas sin avisar de su poder. “Saben que sólo pueden retener al auditorio un tiempo determinado. El espectáculo tendrá muy pronto un final brusco”, dice uno de los personajes. Y qué razón tiene: los programas basura seguirán exprimiendo este caso con halo sentimentaloide hasta que se agote o, en su defecto, aparezca otro mejor.

15.2.09


Nieve: calor.

7.2.09

AMÉN

Amena, tu libertad
Los tiempos cambian, el espíritu permanece, Wolkswagen.


Mientras
consumamos nuestras angustias
consumiéndonos preguntamos
qué decir cuando todo suena
a ya dicho,
cuando el sentido de
cada
una
de
nuestras
palabras
ha sido planeado
preparado
desactivado
prefabricado
pues al parecer hace tiempo que
además del espinazo
también nos partieron
la boca.


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Poema del Grupo Arbeit, extraido del nº20 de la revista MLRS, al que podéis acceder directamente desde aquí.

30.1.09



Sales al parque Sara de rojo,
labios pasión número tres,
maniquí de piel.
Medias negras para Sara rosada,
pecosa ahogada en maquillaje,
mirada de rejilla.
Sara bipolar, Sara fracturada,
expectativa de una imagen hueca,
ahorcada en perlas.
Piropos bendicen a lo lejos
el diálogo de tacones y cemento
y te piensas andando por el parque,
Sara multicolor,
te sientas sobre tu libertad, cruzas las piernas
y esperas
a que llegue un príncipe
de cualquier color.


Ilustración: Nick Dewar

16.1.09

Devanecerse en colores

Su figura esquelética y su larga melena rubia tambaleaban por las alturas con cada golpe que la punta de su pie daba al suelo. Descansando sobre su cintura, sus brazos hacían, cada uno, un triángulo casi equilátero. Rania empezó a deshacer el acordeón de piel de su entrecejo cuando sonó la televisión de la cocina. Sus cejas se contornearon hacia abajo en consonancia con la mayor relajación de sus brazos y, sin decir nada, dio media vuelta y se fue con grandes pasos que crujían sobre el parqué. Clara y sus primos nunca podían beber en la salita por si se les caía algún tipo de líquido al suelo. “El parqué es tan caro...”, decía la tía Rania.

Odiaba tener que ir a Salamanca. Cuando salían de Valencia, Clara se arrodillaba en el asiento del coche y miraba por la luneta trasera hasta que su madre conductora le decía que no veía. Le gustaba ver cómo pasaban los demás coches, los portales, los semáforos; y cómo se juntaban unos con otros, formando una calle borrosa de muchísimos colores que la absorbían. Clara notaba cómo se iba deshaciendo a medida que el coche aceleraba. Sus manos comenzaban a fundirse y a escaparse por la ventana. Luego, desde la borrosidad de las calles, sus brazos estiraban del cuerpo restante hasta que ya no quedaba nada más de ella que ofrecer a su llegada a Salamanca. Llegaba sin sentido del espacio, sin encajar en ningún sitio. Seguía a la tía Rania por los pasillos sorteando la indiferencia a la que la sometía. Esa no era su casa. Ni su habitación. Ni su comida. Ni su televisión. Nada era suyo allí. Era un espacio indefinido en el que sólo tenía sentido sentarse a comer en la mesa y callar mientras su tía contaba cómo los inmigrantes ensuciaban los parques e intentaban timar a todos los honrados trabajadores de Salamanca.

14.1.09

Al fuego con el conocimiento

Ella no quería saber cómo se hacían las cosas, sino por qué. Esto puede resultar muy embarazoso. Se pregunta el porqué de una serie de cosas y se termina sintiéndose muy desdichado. (...) Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno. O, mejor aún, no le des ninguno. Haz que olvide que existe una cosa llamada guerra. (...) Tranquilidad, Montag. Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralo de datos no combustibles, lánzales encima tantos “hechos” que se sientas abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices, porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o la Sociología para que empiecen a atar cabos.
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BRADBURY, Ray. Fahrenheit 451. Barcelona: Debolsillo, 2007.

4.1.09

Pale blue eyes



Escuchas las pausadas y frías notas electrónicas mientras notas cómo el frío las sobrepasa, y el aire llega a tu oído punzando todos los poros que se va encontrando por el camino. Ha llegado el invierno a tus fugaces viajes en bici. De la facultad a la recepción del hotel; de una de las habitaciones a casa de tu madre. A veces también pasas por tu piso. Pero sólo muy esporádicamente, cuando necesitas fijar los ojos en un punto y dejar que las ensoñaciones turben tu campo de visión. O, en su defecto, cuando necesitas devorar medio kilo de galletas en menos de cinco minutos sin que nadie se lleve las manos a la cabeza al verte.

En la recepción se ven demasiadas cosas. Te permite tener una concepción general de cuántos perfiles de personas hay. A veces piensas que te estás matando pretendiendo etiquetarlo todo. Pero es el precio que ha de pagar una escritora. “Necesito mis personajes, quiero decir eso de que ellos mismos se escriben en la novela, que viven por sí solos en una pequeña página de color carne”, clamas al lujoso techo del hotel.