19.8.10

eeeoooo...

Masticas, tragas, inicias el proceso digestivo y no sabes si habrá recompensa. En realidad no era un problema en sí sino una de estas situaciones cuya esencia cambia por completo y te empiezas a preguntar todo eso del origen y el objetivo: que qué hago aquí, qué quiero conseguir, ¿soy feliz? Todos esos rollos patateros que una adolescente debería tocar sólo de vez en cuando y si la película lo exige. En una situación así es difícil saber cómo actuar. Digo yo: si sabes cómo terminará, aunque cueste te esfuerzas para recibir eso, la recompensa. Pero si no, es mucho más difícil. Ya te digo. Igualmente, ser impulsiva siempre me ha ayudado.

Yo estaba allí sentada, sin mucha más aura que el humo del puro que Vicente fumaba y sin mucho más interés que el que me suscitaban los champiñones crudos de la ensalada. Ellos hablaban desde los sofás sobre la empresa, de que era mejor crear una Sociedad Anónima que una Sociedad Limitada porque claro, luego se podría unir David al negocio. Y a David lo necesitaban, porque era Dive Master. Yo pregunté, aprovechando un silencio de-intercambio-de-interlocutor, que cómo es posible que un no-socio, alguien que no ha puesto dinero en un principio para la creación de la empresa, pudiera entrar en la Sociedad Anónima. ¿Por qué no le contratáis y ya está? Pero el humo del puro vaciaba mi voz; tanto, que al parecer se disolvió con él. No me hicieron ni puto caso. Eeeeooooooo... Como hilo musical, ruido en la emisión más bien, el niño berreaba en los brazos de Puri, esposísima de Vicente. La técnica de combate masculina –fumar el puro– tampoco era un antídoto eficaz contra la juventud del retoño: el humo no mellaba las cuerdas vocales del berreador, así que su madre le llevó a la cuna, porque hay que dejarles llorar solos, que así aprenden. Ella intentaba darme conversación, algo así como acoplarse al plano que le corresponde, porque esas cosas de hombres y puros no eran de su incumbencia. Pero se le olvidaba que yo sólo tenía diecisiete y ningún hijo, no me gustaban los champiñones crudos y detestaba hablar de la decoración de la casa como un fin en sí mismo. Cuando hablas de la decoración es que pasas demasiado tiempo en casa, es algo lógico, y a mí, además de rehuirlo por cuestiones morales, me aburre soberanamente.

Pero Que no me olvide, me decían sus ojos de madre agobiada y mujer resignada, que no me olvide de que yo había ido en calidad de. Por/ de parte de/ gracias a? el pescatero de manos grandes y cuerpo pequeño que estaba ahí sentado, dándome la espalda, olvidándome en el tumulto de manteles de flores y chupetes esterilizados. Pero aún así yo entendía a Puri: había irrumpido en su hogar de pies de barro con una juventud que sólo les recordaba la pérdida, y eso jodía, jodía que ni siquiera intentara acoplarme al ambiente: ¡qué desfachatez! Esta niña, esta Lolita, esta... Pero, ¡oigan, escuchen ustedes! ¿Ni siquiera la diferencia de edad suponía un cambio cualitativo en ese tipo de ordenación parejil? Te invito a ti, y a tu señora o novia o hija o muñeca hinchable, ¡qué más da, mientras se siente y se calle! Ay, el mundo adulto se presentaba peor cuanto más cerca estaba.

Que no, que no sabía cómo actuar condescendientemente ni tenía interés en saberlo, y además me aburría la situación y me agobiaba la cara de ojeras y muecas de Puri, y el barrigón de Vicente, siempre inmóvil mientras decía ¡trae unas papitas!, y la indiferencia del pescatero, que de repente no era nada mío, porque yo ya había aprendido drásticamente que dos cuerpos se unen una noche sin que eso suponga que al día siguiente se reconozcan.

Frente a las situaciones que me aburren me pongo nerviosa, dejo de escuchar el sonido ambiente y me enzarzo en pensamientos que muchas veces llegan a un fin destructivo. Para los demás, claro, no para mí. Que no era una Lolita seductora ni una Lulú sumisa ni una enamoradiza Betty Blue; que no Puri, que me callo para que no me pidáis que calle, que tus ojos me apenan, y que si me aburro me voy. Así que me voy, me voy. Que en todo caso yo soy Anna Planeta, patronando un barco marxista por el Sena; o un hard candy, maltratándote psicológicamente; y me llamo Patricia, y te asesino a ti, Belmondo, pobre enamorado, en medio de la avenida. No, no quiero esperar a que termines. Me voy andando a casa, y que te vaya bonito, que hay demasiados cuerpos errantes en la noche como para encerrar el mío en convenciones y tópicos manidos.

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