16.1.09

Devanecerse en colores

Su figura esquelética y su larga melena rubia tambaleaban por las alturas con cada golpe que la punta de su pie daba al suelo. Descansando sobre su cintura, sus brazos hacían, cada uno, un triángulo casi equilátero. Rania empezó a deshacer el acordeón de piel de su entrecejo cuando sonó la televisión de la cocina. Sus cejas se contornearon hacia abajo en consonancia con la mayor relajación de sus brazos y, sin decir nada, dio media vuelta y se fue con grandes pasos que crujían sobre el parqué. Clara y sus primos nunca podían beber en la salita por si se les caía algún tipo de líquido al suelo. “El parqué es tan caro...”, decía la tía Rania.

Odiaba tener que ir a Salamanca. Cuando salían de Valencia, Clara se arrodillaba en el asiento del coche y miraba por la luneta trasera hasta que su madre conductora le decía que no veía. Le gustaba ver cómo pasaban los demás coches, los portales, los semáforos; y cómo se juntaban unos con otros, formando una calle borrosa de muchísimos colores que la absorbían. Clara notaba cómo se iba deshaciendo a medida que el coche aceleraba. Sus manos comenzaban a fundirse y a escaparse por la ventana. Luego, desde la borrosidad de las calles, sus brazos estiraban del cuerpo restante hasta que ya no quedaba nada más de ella que ofrecer a su llegada a Salamanca. Llegaba sin sentido del espacio, sin encajar en ningún sitio. Seguía a la tía Rania por los pasillos sorteando la indiferencia a la que la sometía. Esa no era su casa. Ni su habitación. Ni su comida. Ni su televisión. Nada era suyo allí. Era un espacio indefinido en el que sólo tenía sentido sentarse a comer en la mesa y callar mientras su tía contaba cómo los inmigrantes ensuciaban los parques e intentaban timar a todos los honrados trabajadores de Salamanca.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

parece que no, pero la gente así... sí existe, supongo. Sólo nos queda sentarnos a la mesa como la niña que se asoma por la ventana mientras su madre conduce. Y pensar que algún día seremos quien conduzca (madre o no) y en definitiva, quien elija escuchar.
No hay mayor poder

Anónimo dijo...

A mí me encanta mirar por la luneta trasera...

Anónimo dijo...

Sí, puede que muchas y muchos estén todavía en el estado de Clara: indefensos ante los discursos impositivos.
Me gusta mucho la lectura que has hecho del relato, y me alegro de hayas pasado por aquí, mofletiko. Gracias.

Toe, te presentaré a Clara para ver si tenéis más coincidencias =)