19.6.10

Aeropuerto

Debería haber concursos que midieran quién empaqueta mejor las cosas. Es todo un arte. Doblar las camisas y enrollar los pantalones; asegurar un buen colchón para las tazas -los regalos más preciados- y meter lo más pequeño dentro de ellas, para que el hueco no quede vacío. Hacerla el día anterior y preveer el sitio para el neceser. Ejercitar los abductores para cerrarla. Asegurar una chaqueta a mano, por si acaso.

Yo la hice, y muy bien hecha, ayer. Así por la noche podría salir. Llegué a las dos a casa y me acosté sobre las tres. A las cinco, mi reloj biológico ha dicho que era hora de levantarse, aunque no hubiera nada más que hacer que esperar la salida. Lenta despedida, me he dicho. He recogido lo último, me he vestido y he cerrado a duras penas la maleta después de insultar a la fábrica-madre unas diez veces. ¿Y ahora, qué?

Me he puesto a ver Lost in Translation. Cuando la vi por primera vez, recuerdo que me aburrí. Muy lenta. Mi madre, que se durmió, coincidía en el análisis. Mis amigos en cambio dicen que es una buena película. He decidido darle otra oportunidad. Y así es como sobre las siete he empezado a verla, riéndome con Bob y su actitud escéptica frente a todo, incluso frente a la japonesa que le pide que le “raslgue” las medias. El personaje de Johansson, en cambio, me ha parecido bastante melífluo, con una actitud ambigua que, supongo, sería cosa de Soffia Coppola. Pero a mí no me pega ni con cola. No, yo no quiero que se susurren cosas al oído ni que se besen al final. No quiero una historia de amor. A mí lo que me ha interesado de esta película es cómo dos personas perdidas en un entorno totalmente lejano para ellas se apoyan la una a la otra. Cómo buscamos siempre ese sentimiento de proximidad por similitudes culturales, como por ejemplo la lengua. Y cómo las necesitamos, queramos o no. Esa es la verdadera historia entre el madurito y la joven casada.

Pienso todo eso ahora, en el aeropuerto, el nowhere de los sitios, donde los productos están libres de impuestos pero sin embargo las personas tienen irremediablemente una carga. Todas esas pertenencias que previamente han colocado lo mejor que han podido; tazas que algún día alegraron el día a alguien; libros que le salvaron. Pero no sólo cargamos objetos, sino también todo un universo de expectativas que crecen o se evalúan. El aeropuerto es el no-lugar, donde todo el mundo flota a diferentes alturas, según el tamaño de la maleta. Y en el aire sólo hay tentáculos que exprimen la barriga de una, como si todo un mar cabreado se concentrara ahí dentro. Como si no supiera qué va a pasar, cuál es en realidad mi destino. I'm... lost in translation.

No hay comentarios: