8.11.10

Cuentos

La gente busca pareja y "establece relaciones"
para evitar las tribulaciones de la fragilidad,
sólo para descubrir que esa fragilidad
resulta aún más penosa que antes.
Lo que se esperaba y pretendía
que fuera un refugio (tal vez el refugio) contra la fragilidad
demuestra ser una y otra vez su caldo de cultivo.



Sientes moverte entre márgenes rectos y limpios pero de repente una risa tajante te ataca desde varios puntos, líneas viudas que parecían seguras. El viento derriba -hoy- los árboles más altos y tú te ríes con él, porque todo es risible, y volátil, y relativo. Amigos ante los que defenderse; exámenes de fidelidad; cuencos de comida escarchada. Entonces llega la pregunta esperada y que tú también formulas aunque lo niegues: ¿Has perdido ya el sentido? ¿Te has vuelto relativa tú también? ¿Puedes reencontrar la coherencia, el despiste y la empatía? Este cuerpo moldeable que ahora es impasible, respira -seguro- en algún lugar; allá en la lejanía. Aunque las suelas calcinadas de las botas lo hagan más difícil. Aunque tu esencia sea aire y agua cada vez menos. Él hubiera dicho que las personas que de verdad aman no entienden de sexos, porque no se enamoran de una imagen ni de un molde ni de un parapeto de garantías; se enamoran de la carne y del movimiento tras las cuencas de los ojos. Él hubiera dicho que para qué quieres botas, que dónde te mueves, que cuándo y cómo sonríe allá, en la lejanía, tu cuerpo...


Cuentos tardíos. H. Svalbard.

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