29.3.10

¡Tapáos los oídos, que viene Adorno!: Sobre jazz y asnos

Hace un tiempo fui a un concierto de jazz. Ocurrió un día de esos que presupones aburridos y sin más acción que abrir el paquete de cereales que compraste ayer. Justo tras cerrar la puerta que no pensaba cruzar hasta el día siguiente, mi compañero de piso me propuso que fuera con él al auditorio de la ciudad. Ese día el pase era gratuito como parte de un festival de jazz que se extendería toda la semana y cuya asistencia, que ni a él ni a mí nos apasionaba -de él lo noté por esa calificación de "elitist and high-educated" hacia el hipotético público- procuraría, al menos, un día más al paquete de cereales.

Estuvo bien, yo siempre soy de la opinión de que todo lo que entra en el cuerpo te aporta algo (gracioso, ¿eh?). Pero a mi compañero de piso no le gustó. Y mi otro acompañante, que de repente asomó la cabeza desde un rincón de mi memoria, tampoco parecía estar muy contento con el espectáculo ni con la gente que lo disfrutaba. No les quise presentar porque temía que de repente se aliaran en contra de los highbrow y hubiera bronca. Lo cierto es que tras escuchar un par de canciones, percibí la belleza del jazz. Era rítmico y dulce. Aunque también es verdad que era una belleza lineal y predecible. Creo que fue porque abusaron del momento climax. Y no, no había bebop.

A la salida, nos encontramos con un amigo, que a su vez iba acompañado de una amiga. Ambos, tocador de djembé uno y guitarrista la otra, aseguraron que el concierto de los tres grupos había sido magnífico, que chapeau. De repente mi acompañante II, que se trataba ni más ni menos que del viejo Theodor Adorno, se enojó. Empezó a chillarme al oído -como si los demás pudieran oirle y como si yo no le oyera ya bien desde algún lugar cercano al cogote- que eso sólo era "jazz como institución, taken for granted, desinfectado y bien lavado" y que "es notable el parecido del entusiasta del jazz con el del joven adepto del positivismo lógico, que se sacude la educación filosófica con el mismo celo con el que aquél renuncia a la musical".

Adorno enojado

Bueno bueno, Adorno, tampoco te pases, ¡que es amigo mío!, recuerda: los amigos de mis amigos son mis amigos, le decía yo por lo bajini. Pero él, obviando completamente mis consejos y con la coletilla de "yo he estudiado música y tú no", se sacó de la manga su libro Prismas y empezó a leerme el ensayo "Moda sin tiempo": "todos los entusiastas del jazz, en todos los países", me decía mientras se colocaba las gafas al inicio del puente de la nariz con el dedo corazón, "tienen en común el momento de la docilidad manifiesto en el paródico frenesí. Por ello recuerda su juego la animal seriedad de los séquitos en los estados totalitarios"

Tú siempre con tu obsesión por el nazismo. Sólo falta que me hables otra vez de Freud. Vale que te retiraron tu venia legendi, te persiguieron y tuviste que salir pitando de tu país, pero que te lo hayan hecho pasar mal no significa que ahora tengas que buscar de nuevo el monstruo fascista en la razón instrumental y la cultura de masas, ¡incluído el jazz! Recuerda que te han acusado de hiperradicalismo intelectual..

Pero él seguió casi sin escucharme, diciendo con rintintín que "cualquier adolescente que salga algo listo sabe hoy que la actual rutina apenas da lugar a la improvisación, y que lo que se presenta en público como improvisación espontánea ha sido aprendido cuidadosamente, con mecánica precisión. (...) Las llamadas improvisaciones se reducen a paráfrasis más o menos pobres de las fórmulas básicas, bajo cuya máscara se adivina el esquema a cada momento. Las mismas improvisaciones están ampliamente reguladas y se repiten constantemente". "Además, la standardización significa el robustecimiento del dominio duradero sobre las masas de oyentes y sobre sus conditioned reflexes. Se espera de ellas que no pidan sino exclusivamente aquello a que se las ha acostumbrado, y que se encolericen si algo no corresponde a las exigencias cuyo cumplimiento es para ellos algo así como los derechos del hombre del cliente". "La población está tan acostumbrada al abuso que se le infiere que no consigue renunciar a él ni siquiera cuando lo advina a medias; por el contrario, tiende a reforzar conscientemente su propio entusiasmo para convencerse de que la humillación es homenaj...". Por entonces ya había desconectado. Además, nos habíamos ido a un bar a tomar unas cervezas todos juntos y en harmonía, y el ruido de fondo me impedía oírle con claridad. Tampoco quería. Lo último que recuerdo es su acento alemán menguado por la lejanía y su intento por hacerse oír gritando "¡probablementeeee, la única teoría adecuada a estos hechos sea la psicoanalítica...!". Las cervezas que había bebido durante la noche habían hecho su efecto y Theo ya no podía competir con el alcohol que recorría mi sangre.

Al día siguiente me entró la curiosidad y recurrí al libro para ver qué decía. Adorno definía el jazz como "una música que, con simplicísima estructura melódica, armónica, métrica y formal, compone en principio el decurso musical con síncopas perturbadoras, sin tocar jamás la monótona unidad del ritmo básico, de los tiempos siempre idénticos". En su defensa, tengo que decir que mi amigo reconoce la posibilidad de que el jazz evolucione, pero en su eterno pesimismo por la cultura comercializada en un sistema capitalista, añade que estas tendencias renovadoras "vuelven regularmente a sucumbir al negocio, llámense swing o bebop, o pierden siempre su filo". Vaya, ni Gillespie se salva. El jazz es, dice Theo, "moda que se entroniza como cosa permanente y pierde precisamente por eso la dignidad de la moda, que es la dignidad de la caducidad". Vamos, una Moda sin Tiempo. Creo que nuestro amigo quería decir más o menos lo que Chomsky dice sobre el lenguaje: que tenemos libertad absoluta para rellenar unas estructuras que ya vienen prefijadas en nuestra mente.

Algo así como sorprenderse con que Richard Alpert tenga acento canario-mexicano pero sin dejar de ser consciente de que Lost recurre a tópicos bien manidos y eternos como los del bien/mal personificados o el recurso del "destino" y "la fe" para crear cambios increíbles en las trayectorias de los personajes. (Siento herir sensibilidades, era necesario incluir esto).

Para cuando terminé de leer el ensayito, ya me había paseado por todos los blogs conocidos, escuchado tres o cuatro discos y descubierto un video en Youtube donde anunciaban más conciertos para esa noche:




Me imaginé que el joven con el spray era Adorno, y que en lugar de dejar la cerveza en la mesa de un golpe, le tiraba el culín al saxofonista de la tarima mientras le gritaba con acento murciano: "¡Short-haired, que eres un short-haired!".

Por la noche, allí estábamos los tres de nuevo. La idea del ciclo "I hate jazz" era ofrecer al público todo lo que Adorno criticaba que le faltaba al jazz. El germano empezó a desvariar y a decirme que seguro que eran unos melenas, de esos que caen en el estereotipo del "artista hambriento que desprecia con desparpajo las exigencias convencionales", que serían unos "agentes de la distracción" introvertidos o locos egocéntricos y/o, seguramente, homosexuales castrados. Le dije que llamara a Freud y me dejara en paz
un ratito.

Después de ver el primer concierto, y sobre todo después de tanto pesimismo cinquentero, volví a creer que experimentar con el jazz es posible. Jean Louis (así se llamaba el grupo) utilizaba los instrumentos en su sentido más puro: para hacer música. Así, sin ninguna formalidad de antemano, el contrabajo se tocaba con un arco pero también se aporreaba como un tambor; lo que se necesitara para llegar incluso a sonidos metaleros. Lo que no cambió en los grupos siguientes. Chris Corsano, colaborador en las filas de Björk o Sonic Youth, tocó la batería con un arco, añadió su voz sintetizada y utilizó diversos objetos en su improvisación junto a JoeMcPhee, al parecer un muy famoso saxofonista del Free Jazz. Después vino TrioVD, londinenses que tampoco parecían muy limitados por las vías "vías mecánico-rituales" que Adorno asume en el jazz.

Después de los conciertos, nuestro amigo no dijo ni mú. No creo que en esos espectáculos hubieran "arreglos", ni fueran objeto de un "conformismo de segundo grado". De hecho, era frecuente algún que otro sonido estridente, así como que los músicos se bajaran (no todos a la vez y de vez en cuando) a por un vaso de agua. Tampoco eran melenudos, como anticipaba Adorno. Creo que cayó en la cuenta de que, desde que escribió su ensayo en 1955
hasta ahora, ha llovido mucho. Tranquilo, germano, tenías razón en una cosa: si estos grupos entran en el mercado cultural, adiós estridencia, hola estandardización. Pero mientras se encuentren en el circuito experimental, nos seguirán deleitando con dúos tales como el de trompetista humano- vocalista asno, al estilo Animals de Pink Floyd, pero en jazz.





Give me more, give me more:

+ Libro Prismas online (el ensayo "Moda sin tiempo", a partir de la p. 126).
+ Göran Therborn acusa a los teóricos de Frankfurt de "Hiperradicalismo intelectual" en su libro originalmente titulado
La Escuela de Frankfurt (Barcelona: Anagrama, 1972).
+ Video de Chris Corsano exhibiendo sus habilidades

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