6.9.10

Diario de una adoleciente


Y con suerte algún día
te pintaré los ojos

Cuando conocí a Marta, en lo primero que pensé es en lo mucho que se parecía su cara a un cuadro de Modigliani. Por aquella época yo trabajaba como desnudo para artistas principiantes y había cogido gusto a saber, brevemente y tirando de Wikipedia, las vidas y obras de algunos pintores. Modigliani me fascinaba: tenía ese punto de tristeza y patetismo que enriquece el arte y acaba con el artista. Y Marta tenia la cara alargada y mucha nariz -luego sabría que también tenía mucho morro-: un calco de sus obras.

Respecto al trabajo, no ganaba mucho, pero contando con que los requisitos -enseñar mi cuerpo con naturalidad y estar quieta durante dos horas- los cumplía sin demasiada inconveniencia, era un gran negocio. Tal era mi entusiasmo, que incluso le propuse a Marta que trabajara conmigo en el taller de la Escuela de Arte, pues muchas veces se necesitaba más de una modelo. Su cuerpo, delgado, sufría de una deformidad que resultaba atractiva a muchas personas. Aunque, ya le decía yo, lo bonito del trabajo era que no había que encajar en ningún canon estético.

- ¿Has visto la película? Imagínate que el pintor fuera un Modigliani fruto del cruce de un Andy García-cubano-sabrosón y un Toulouse-Lautrec-parisino-bohemio. Después de ver la película seguro que cambias de idea, ya verás.

Pero ni con bromas. No sólo lo rechazaba, sino que encima criticaba que yo lo hiciera. Su vida cotidiana carecía de progresismo político, del más mínimo empujón hacia la independencia. No quiero decir que desnudarse sea revolucionario, que también, sino que utilizar tu cuerpo como mercancía por decisión propia y sin que ello repercuta en tu estatus social, es una forma de educar a la sociedad. ¿No vendemos nuestras ideas, nuestro arte y nuestra imagen? ¿Qué tiene de malo entonces enseñar el cuerpo como si fuera otra fuerza de trabajo más? ¿Por qué la decencia recae en lo mucho que enseñas las tetas en lugar de en cosas mucho más trascendentes, como en lo fiel que seas a tus amigos? Yo no pretendía ser una Friné contemporánea y obtener de mi belleza una absolución, pero sí algún tipo de retribución. Marta no lo entendía.

Hoy me he acordado de Modigliani y por eso también ha venido Marta a mi cabeza. Ha sido al ver Total Eclipse, una película sobre el tormento amoroso de Verlain y un Rimbaud interpretado por Leonado Dicaprio, del que me he enamorado incluso antes de ver Titanic. ¡Ah! Los enfant terribles siempre me han puesto: eso de que que se suban a la mesa ante la estupefacción de la hipócrita burguesía y se beban sus copas con chulería... sí, es el mismo recurso de siempre, pero, qué quieres que te diga, conmigo funciona.

Por otro lado, he decidido definitivamente deshacerme de ese Tarot de los Ángeles que, envuelto en seda, me ha otorgado durante años una seguridad naif que siempre negaré frente a mis amigos. Eso fue una broma que Marta me gastó el año pasado, y ahí están, muertas de risa, jeje. El hueco de la baraja de cartas lo ha ocupado un libro con olor a viejo y tapas blandengues pero con un nombre, no obstante, muy esperanzador: Perhapiness. Hoy he abierto una página al azar:

La noche- enorme

todo duerme
menos tu nombre

Y Marta ha vuelto a aparecer como cuando no puedes terminar de quitarte la suciedad incrustada de las uñas. Es cierto que muchas veces pensaba en ella, aunque nunca por la noche. La noche se presta más a la reflexión, al remordimiento, a los cantos de sirena reconfortantes. Pero no he podido evitar pensar en ese nombre que, aunque estático, había mutado radicalmente destruyendo un Todo indisoluble en el que confiaba. Ahora pronuncio su nombre y es inevitable que se adhiera de forma natural algún adjetivo, calificativo, despectivo. ¡Se ha convertido en un puzzle! Un puzzle desintegrado en muchas partes irreconciliables e incoherentes entre sí que se manifiestan libremente dependiendo del contexto en el que lo utilice. La Martaconfidente que me escuchó cuando estaba jodida choca con ese día en la playa en el que Martaquécínica escondió un machete -¿gore, eh?- tras ella mientras me hablaba de sus vacaciones. O con aquel día en el que pillé a Martaayquépena mendigando dinero en las salidas de emergencia de los favores. Aunque tengo que reconocer que Martalavíctima es el más recurrente, y eso que la del machete era ella.

Al final he cerrado el libro y me he dispuesto a dormir, no sin antes reñirme. Que dormirme con mal sabor de boca está mal, y más sin haber cenado. Y que tampoco está bien lo de enamorarse de cualquier persona que pasa y esperar cosas de ella. Ay, Helena, es que esto no puede seguir así, tienes que cambiar, tienes que dejar de creer en virtudes a los márgenes, no puedes culpar a los demás por no cumplir tus expectativas, y tienes que ser menos vaga, Helena: tienes que cambiar las sábanas, que no puede ser que te duermas todos los días con este olor a sexo por pereza a lavarlas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

por favor, que alguien me de una columna en Público, prometo escribir cosas como esta todos los días

un soldado americano más dijo...

señorita,
tiene usted un talento dolido increible, picaresca y una capacidad de evocación genial para los retratos.

me hará usted finalmente cambiar de opinón respecto a que las mujercitas de 21 años no pueden escribir columnas. Ahora pienso que lunademigueles no podrán hacerlo, pero otras sí

Mayka dijo...

Yo soy ya mujer, señor.

Gracias por sus halagos, si de verdad lo piensa siempre me puede lanzar al estrellato haciéndome buena publicidad por sus alrededores, que seguro que buena falta me hace

otrosoldado dijo...

señora pues